Alcatraz reabre sus puertas: símbolo, castigo y propaganda en la era Trump.
- rulfop
- May 6
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La isla de Alcatraz, ubicada en medio de la bahía de San Francisco, ha sido durante mucho tiempo un emblema del aislamiento, del castigo y del misterio. En su historia, pocos lugares han sido tan mitificados, tan explorados por la cultura popular, y tan cargados de simbolismo penal como esta formación rocosa que alguna vez albergó a los criminales más notorios de Estados Unidos. Sin embargo, en 2025, Alcatraz vuelve a ocupar los titulares no como atracción turística, sino como epicentro de una controvertida decisión del presidente Donald Trump: su reapertura como prisión de máxima seguridad.
Una historia escrita en piedra y agua
Alcatraz reabre sus puertas. Mucho antes de que la isla fuera sinónimo de reclusión, Alcatraz fue usada por los pueblos nativos Ohlone como lugar de aislamiento espiritual. Su nombre proviene del español “La Isla de los Alcatraces”, atribuido por el explorador Juan Manuel de Ayala en 1775 debido a la abundancia de aves marinas.
En 1850, el gobierno de Estados Unidos la convirtió en una fortaleza militar. Más tarde, durante la Guerra Civil, fue empleada como prisión para desertores y presos políticos. No fue sino hasta 1934 que se transformó oficialmente en una penitenciaría federal de alta seguridad. Diseñada para albergar a los criminales más peligrosos e incorregibles, Alcatraz se convirtió en un sinónimo de encierro total. Aquí estuvieron figuras legendarias como Al Capone, George “Machine Gun” Kelly y Robert Stroud, conocido como el “Hombre Pájaro de Alcatraz”.
El aislamiento no era solo físico, sino psicológico. Rodeada de aguas frías y corrientes traicioneras, escapar era virtualmente imposible, aunque algunos intentaron burlar su seguridad. El caso más famoso fue el de Frank Morris y los hermanos Anglin en 1962, cuya fuga inspiró libros y películas. Oficialmente, se cree que murieron en el mar, aunque su destino final sigue siendo un misterio.
En 1963, debido a los altos costos de mantenimiento y a su deterioro, el penal cerró sus puertas. Desde entonces, la isla pasó a formar parte del sistema de Parques Nacionales y se convirtió en uno de los destinos turísticos más visitados de California.
Trump y el retorno del castigo ejemplar
En una sorpresiva declaración publicada en su red Truth Social el 4 de mayo de 2025, el presidente Trump anunció que había ordenado al Departamento de Justicia, al Bureau of Prisons, al FBI y al Departamento de Seguridad Nacional “reconstruir y reabrir Alcatraz” para albergar a los “criminales más despiadados y violentos” del país. Según sus propias palabras, se trata de una medida necesaria para enfrentar una supuesta crisis de criminalidad exacerbada por leyes laxas y jueces permisivos.
El anuncio no vino acompañado de un plan detallado, ni de un cronograma, ni de un presupuesto claro. Tampoco incluyó el consenso del Congreso o del estado de California. Sin embargo, el simbolismo del gesto fue inmediato: Alcatraz, el ícono del castigo definitivo, se presentaba como solución a los problemas modernos de seguridad.
Un acto político con raíces populistas
Los críticos no tardaron en responder. La gobernadora de California, Gavin Newsom, expresó su rechazo absoluto y calificó la propuesta de “maniobra populista”. La congresista Nancy Pelosi dijo que reabrir Alcatraz no es solo innecesario, sino un insulto a la memoria de la ciudad y a décadas de evolución del sistema judicial.
No son pocos los que consideran que se trata de una distracción cuidadosamente diseñada para desviar la atención de problemas más urgentes. Con una inflación persistente, una polarización creciente y una sociedad exhausta tras años de tensión, Trump apuesta nuevamente a la retórica del “orden y la ley”, pero esta vez recurriendo a una reliquia del pasado.
Obstáculos legales y administrativos
La reapertura de Alcatraz no es simplemente una cuestión de voluntad presidencial. Desde 1972, la isla es gestionada por el National Park Service, y forma parte del patrimonio histórico de la nación. Para convertirla nuevamente en prisión, sería necesario revocar su estatus, enfrentar desafíos legales, y movilizar una serie de recursos monumentales para reconstruir una infraestructura que lleva más de sesenta años fuera de funcionamiento.
Además, está la cuestión logística: todo en Alcatraz agua, electricidad, comida, personal debe ser transportado por barco. El costo de operar una prisión en estas condiciones es exorbitante. Si fue cerrada en los años 60 por razones presupuestarias, reabrirla en el contexto actual suena más a provocación que a proyecto viable.
Derechos humanos y legislación internacional
Diversas organizaciones defensoras de los derechos humanos han advertido que este anuncio puede contravenir tratados internacionales. El aislamiento extremo, la dificultad de acceso para familiares y abogados, y la carga simbólica de castigo absoluto, podrían considerarse prácticas degradantes o inhumanas.
Amnistía Internacional y Human Rights Watch han pedido explicaciones al gobierno estadounidense, y han recordado que el sistema penitenciario debería priorizar la rehabilitación, no el espectáculo punitivo. El modelo de “mano dura” ha sido ampliamente criticado por su ineficacia a largo plazo. Los países con sistemas más punitivos no siempre registran menores índices de criminalidad.
Un fenómeno de marketing político
Más que una política de seguridad, la reapertura de Alcatraz parece una operación de marketing político. En un país donde las campañas se ganan tanto en los medios como en las urnas, Trump recurre a imágenes potentes, fáciles de comprender y emocionalmente cargadas. Alcatraz no necesita explicación: es un ícono inmediato del castigo implacable.
En tiempos de incertidumbre, cuando muchos ciudadanos se sienten inseguros o desamparados, una propuesta de este tipo puede despertar el deseo de orden. No importa si es efectiva o realista: lo que cuenta es el mensaje. Y el mensaje es claro: con Trump, los criminales volverán a temer.
Hollywood, turismo y memoria
La isla de Alcatraz ha sido también un escenario fundamental para la cultura popular. Películas como Escape from Alcatraz, The Rock o documentales sobre fugas imposibles han inmortalizado sus muros. Reabrirla como prisión destruiría su valor como sitio histórico y turístico, afectando una fuente económica relevante para la región de San Francisco.
El National Park Service ya ha expresado su preocupación por la posible pérdida de un espacio de memoria colectiva. La historia de Alcatraz no es solo carcelaria: también habla de derechos civiles, de resistencia, de transformación. Durante la ocupación indígena entre 1969 y 1971, la isla se convirtió en símbolo de protesta. Borrar esa capa histórica en nombre del castigo sería un error irreparable.
¿Qué dicen los ciudadanos?
Las primeras encuestas muestran un país dividido. En los estados del sur y del medio oeste, una mayoría aprueba la medida, interpretándola como un acto de valentía frente a la delincuencia. En las costas y en las ciudades más progresistas, la reacción ha sido de rechazo, considerándola una regresión peligrosa. La grieta entre dos visiones del país se profundiza.
Los más jóvenes tienden a rechazar la idea, mientras que sectores mayores especialmente hombres blancos la respaldan con entusiasmo. Trump, como siempre, juega con el equilibrio de los extremos, fortaleciendo su base sin preocuparse por convencer a los indecisos.
Un futuro incierto
La reapertura de Alcatraz no ocurrirá mañana. Existen obstáculos logísticos, legales, económicos y éticos que no pueden ser sorteados con un solo decreto. Sin embargo, el solo hecho de que se haya planteado esta posibilidad dice mucho sobre el momento que vive Estados Unidos. En vez de avanzar hacia modelos de justicia restaurativa o reformas estructurales, se recurre a imágenes del pasado, a soluciones que apelan más al miedo que a la razón.
Alcatraz puede volver a poblarse de presos o puede quedarse como un símbolo histórico. En cualquier caso, el debate ya está abierto, y no será fácil cerrarlo. Estados Unidos deberá decidir si quiere construir el futuro con los cimientos del pasado, o si se atreve finalmente a imaginar una justicia más humana, más eficaz, y menos cargada de espectáculo.
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