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“El error común es ley”: una verdad incómoda del derecho.

Entre las frases más desconcertantes del latín jurídico, una de las más poderosas y provocadoras es sin duda “Error communis facit ius”, traducida como “El error común es ley”. Esta sentencia no pertenece a un filósofo cínico, ni a un moralista resignado ante la corrupción de las sociedades. Proviene, nada menos, que de una de las obras jurídicas más influyentes de la historia de la humanidad: el Digesto de Justiniano, compilado en el siglo VI en el corazón del Imperio Bizantino.


El error común es ley”: una verdad incómoda del derecho
El error común es ley”: una verdad incómoda del derecho

La idea de que un error, si es compartido por muchos, pueda convertirse en norma jurídica parece escandalosa. Pero lo cierto es que, desde tiempos antiguos, el derecho no ha sido solo un sistema frío de reglas abstractas, sino un reflejo de la vida cotidiana, de los hábitos, de las costumbres y de las creencias erróneas o no de las sociedades. En esta paradoja se revela una verdad fundamental: no siempre es la verdad lo que hace la ley, sino la práctica común, incluso si está basada en una equivocación.


El origen: el Digesto y el Corpus Iuris Civilis

Para comprender esta frase, hay que viajar al siglo VI d.C., cuando el emperador Justiniano I, desde Constantinopla, ordenó una titánica tarea jurídica: reunir, revisar, organizar y unificar todo el derecho romano acumulado durante siglos. Su propósito era ambicioso: consolidar un imperio a través de un solo cuerpo legal. Así nació el Corpus Iuris Civilis, compuesto por cuatro partes: el Código, las Instituciones, las Novelas y el monumental Digesto o Pandectas.

El Digesto, redactado entre 530 y 533 d.C., es una obra de una erudición extraordinaria. Compila y resume las opiniones de juristas romanos de los siglos anteriores como Ulpiano, Paulo, Papiniano, Gayo, entre otros y recoge miles de aforismos y principios jurídicos que han resistido el paso de los siglos. Uno de ellos es precisamente este: Error communis facit ius.

No se trata de una fórmula casual. Esta frase refleja una visión profunda del derecho como algo vivo, que se moldea según el comportamiento de las personas. En otras palabras, si una gran mayoría de ciudadanos actúa bajo una misma suposición jurídica, aunque sea equivocada, el sistema legal no solo debe reconocer ese comportamiento, sino que puede legitimarlo y convertirlo en norma válida.


¿Qué significa realmente este aforismo?

La traducción más habitual “el error común hace el derecho” puede inducir a malentendidos. No se trata de justificar la ignorancia colectiva ni de convertir cualquier idea errónea en ley. El verdadero sentido jurídico del aforismo es que la práctica común, cuando es generalizada y constante, puede generar efectos jurídicos vinculantes, aun cuando se base en una interpretación defectuosa de la norma.

Por ejemplo, si durante décadas se interpreta una norma de cierta manera, y esa interpretación es utilizada por jueces, ciudadanos y administradores públicos, el sistema jurídico puede terminar reconociéndola como válida, aunque no sea la interpretación original o exacta. Lo que importa no es el texto literal, sino la forma en que es entendido y aplicado por la sociedad.

En términos técnicos, se trata de una forma de consuetudo: una costumbre jurídica que se impone por su práctica reiterada y su aceptación generalizada. En este sentido, el aforismo se vincula con el principio de seguridad jurídica, uno de los pilares del derecho. Es preferible aceptar un error común, pero compartido y estable, que imponer una corrección solitaria y abrupta que genere caos.


Entre la costumbre y la verdad

Este principio ha sido retomado por muchos juristas a lo largo de los siglos. En la Edad Media, los glosadores y comentaristas del derecho romano en las universidades europeas lo interpretaron como un mecanismo de adaptación del derecho a las costumbres locales. En el Renacimiento, los juristas humanistas lo criticaron por su potencial relativismo. En el siglo XIX, los positivistas lo reinterpretaron como una forma de reconocer el papel de la práctica en la evolución de las normas.

Hoy en día, sigue siendo objeto de debate en la doctrina jurídica. Algunos lo consideran un principio de realismo jurídico: el derecho no puede ser ajeno a la vida de las personas. Otros lo ven con sospecha: ¿no es peligroso aceptar que una sociedad entera pueda legislarse a sí misma desde el error?

La respuesta no es sencilla. Porque este aforismo plantea una pregunta más profunda: ¿Qué es el derecho? ¿Es un conjunto de verdades inmutables, reveladas por una autoridad superior? ¿O es una construcción humana, dinámica, imperfecta, moldeada por las creencias y las prácticas sociales?


Ejemplos históricos de su aplicación

En la práctica, muchos sistemas legales han acogido este principio de modo implícito. Un ejemplo clásico es el de las herencias. En algunos países europeos, durante siglos, se transmitieron ciertos derechos hereditarios por vía femenina, aunque las leyes originales solo mencionaran la vía masculina. Esta práctica común terminó por ser aceptada por los tribunales, no porque fuera jurídicamente correcta según el texto original, sino porque reflejaba la voluntad social y la costumbre generalizada.

En América Latina, muchos pueblos originarios mantuvieron formas consuetudinarias de resolución de conflictos que fueron reconocidas por los sistemas legales estatales, aunque no estuvieran expresamente previstas en las leyes escritas. El error, si se quiere ver así, no era legalizar prácticas que escapaban a la letra de la ley, sino ignorar durante siglos que el derecho también podía surgir desde abajo.

Incluso en el derecho contemporáneo, algunas decisiones judiciales reconocen que una interpretación errónea pero constante de una norma puede generar expectativas legítimas y consolidar derechos. Esto es especialmente frecuente en temas tributarios, administrativos o de propiedad.


Una advertencia ética

Aceptar este aforismo no implica resignarse a la ignorancia colectiva. Más bien, nos invita a reconocer que el derecho no se impone desde una torre de marfil. Es producto del diálogo, del conflicto, de los errores y aciertos compartidos. Pero también exige vigilancia, espíritu crítico y capacidad de reforma.

La historia está llena de errores comunes que se convirtieron en ley, para luego ser desmontados por la fuerza del pensamiento y de la ética. La esclavitud fue durante siglos legal en gran parte del mundo. También lo fue la desigualdad de género, la segregación racial, la persecución religiosa. Todos ellos fueron, en algún momento, “errores comunes”. Pero la evolución moral de la humanidad los desmontó, aunque su peso jurídico fuera abrumador.

Por eso, este aforismo es también una advertencia: lo común no siempre es lo justo. Y aunque el derecho deba reconocer la realidad social, no puede rendirse ante la costumbre sin antes examinarla críticamente.


“Error communis facit ius” no es una rendición ante el error, sino un reconocimiento de la fuerza que tiene la práctica colectiva en la creación del derecho. El Digesto, al acoger esta idea, no buscaba consagrar la ignorancia, sino ofrecer una vía para que el derecho pudiera adaptarse a las realidades cambiantes del imperio.

Este aforismo, como muchos otros del mundo romano, nos recuerda que el derecho es una criatura viva, hecha de palabras, de costumbres y de errores. Pero también, de rectificaciones, de justicia, y de la eterna búsqueda de un equilibrio entre lo que es, lo que debe ser, y lo que todos creemos que es.


En ese frágil equilibrio entre la verdad y la costumbre, se juega todavía hoy el destino de nuestras leyes.


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