“El precio de la mentira: Memoria, verdad y el legado eterno de Quintiliano”
- rulfop
- Apr 19
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Updated: Apr 20
Reflexiones desde la historia y el presente
El precio de la mentira. A lo largo de los siglos, distintas civilizaciones han comprendido de forma empírica o filosófica que la mentira conlleva una carga emocional y práctica difícil de sostener. En el Renacimiento, Erasmo de Rotterdam retomó la idea en su obra El elogio de la locura, donde afirmaba que “la mentira tiene piernas cortas, pero una lengua muy larga”. En otras palabras, es veloz al comenzar, pero no puede llegar muy lejos sin caer en contradicciones.
Otro ejemplo paradigmático proviene del siglo XVII. En la corte francesa de Luis XIV, donde la intriga era moneda corriente, el cardenal Mazarino aconsejaba a sus pupilos: “si mentís, que sea poco y recordable”. El comentario refleja un eco lejano de Quintiliano, incluso si sus fines eran más cínicos que virtuosos. La frase latina vivía en la práctica, aunque su espíritu se traicionara.
También la literatura ha captado esta tensión. En Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi, la nariz del muñeco crece con cada mentira. Aunque se trata de una metáfora infantil, encierra la misma verdad: mentir deja huellas visibles, físicas o psicológicas. En los adultos, esas “narices” son lapsus, contradicciones, olvidos, silencios incómodos. Mentir es también perder el control del relato.
Psicología de la mentira: lo que hoy confirma la ciencia
Estudios actuales de neurociencia han demostrado que mentir activas zonas específicas del cerebro relacionadas con el autocontrol, la planificación y la memoria de trabajo. Mentir, en otras palabras, requiere más esfuerzo cognitivo que decir la verdad. Cada vez que una persona miente, debe inhibir la respuesta verdadera, inventar una alternativa, y luego sostenerla. Si miente de forma reiterada, además, debe recordar qué dijo, a quién y en qué contexto.
Un experimento de la Universidad de Harvard mostró que las personas que mienten de manera habitual tienden a desarrollar un “mapa interno” de sus mentiras, pero que ese sistema colapsa ante el estrés o el paso del tiempo. En cambio, las personas que dicen la verdad rara vez necesitan recordar sus declaraciones: la coherencia surge por sí sola.
Todo esto confirma la máxima de Quintiliano desde una perspectiva contemporánea. Su intuición no solo era ética, sino también biológica. La verdad aligera el pensamiento; la mentira lo carga con responsabilidades innecesarias.
Periodismo, política y posverdad
Vivimos en una era donde el concepto de posverdad ha adquirido protagonismo. En ella, los hechos objetivos tienen menos influencia que las emociones o creencias personales. Los líderes populistas lo saben y lo explotan. Pero incluso ellos caen en su propia trampa. La historia reciente está plagada de discursos políticos que no resisten una simple revisión de archivo.
Una frase mal dicha, una fecha alterada, una cifra manipulada… Todo vuelve, todo queda registrado. El mentiroso, como advirtió Quintiliano, necesita una memoria infalible. Y nadie la tiene. Por eso, el poder que se basa en la mentira es frágil, incluso si parece fuerte. Lo sostiene solo el olvido de los demás y ese olvido cada vez escasea más.
Aplicaciones personales: ética cotidiana
No es necesario ser orador ni político para entender el valor práctico de esta frase. En la vida diaria, nuestras relaciones se construyen sobre la confianza. Mentir implica arriesgar el tejido invisible que une a las personas. Implica complicarse la existencia. Recordar lo que se ha dicho falsamente, evitar contradicciones, mantener el teatro… es un costo elevado que termina por vaciar al sujeto.
La coherencia, en cambio, no requiere esfuerzo. Decir la verdad puede doler, pero libera. Implica menos memoria y más autenticidad. En las amistades, en el amor, en la familia o en el trabajo, la verdad construye puentes; la mentira, si acaso, laberintos.
“El mentiroso debe tener memoria”: una frase viva
Hoy más que nunca, la frase de Quintiliano puede ser vista como una brújula ética. En un mundo saturado de discursos, lo que tiene valor es la palabra sostenida por la experiencia, la coherencia y la verdad. Vivimos rodeados de eslóganes, narrativas y verdades a medias. Pero en medio del ruido, esta frase corta y firme se alza como un recordatorio ancestral: quien elige mentir, elige también cargar con el peso de recordar.
Es curioso que la frase esté escrita en latín, una lengua considerada muerta. Y, sin embargo, su contenido está más vivo que nunca. No porque queramos ser romanos, sino porque seguimos siendo humanos. Y como humanos, seguimos buscando la coherencia entre lo que decimos y lo que somos.
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