Fiat lux: el origen de la luz y el nacimiento del mundo.
- rulfop
- Apr 26
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En el principio, todo era caos. Un abismo sin forma ni color se extendía más allá de cualquier horizonte imaginable. No existía la materia, ni el tiempo, ni siquiera el vacío tal como lo concebimos: era una nada profunda, inabarcable, silenciosa. Las tinieblas cubrían la faz de las aguas primordiales, y un soplo invisible, poderoso y eterno, se movía sobre ellas. Ese soplo era el Espíritu de Dios, la fuerza vital que precede toda creación.
Fue entonces, en ese instante que no puede ser medido ni por relojes ni por eras, que ocurrió algo inédito: Dios habló. No gritó, no susurró. Simplemente dijo:
“Fiat lux.”
“Hágase la luz.”
Y en ese mismo momento, como obedeciendo una orden irresistible, la luz surgió. Una claridad pura, sin sombras, sin fuente ni reflejo, estalló en medio de la oscuridad, separándola, rasgándola como un manto demasiado tenso. La luz, primera criatura de la Palabra, no fue moldeada ni construida: fue proclamada y, al serlo, existió.
Este acontecimiento, relatado en el versículo 3 del primer capítulo del Génesis, no es sólo el inicio de la Biblia. Es, en el pensamiento judeocristiano, el comienzo de toda la realidad conocida. Antes de la luz, no había orden. El espacio mismo era indistinto. La palabra divina no sólo crea, sino que ordena: establece diferencias, da identidad, estructura un cosmos a partir del caos informe.
La importancia del “Fiat lux”
La frase “Fiat lux” ha trascendido su contexto original para convertirse en un símbolo universal de inicio, de inspiración, de iluminación espiritual e intelectual. Cada vez que un artista, un científico, un pensador siente el destello de una idea, revive, en cierta forma, ese primer “hágase la luz”. Es un eco del acto original de crear algo de la nada.
En el momento en que Dios pronuncia esas palabras, no sólo separa la luz de las tinieblas: también introduce el tiempo en la creación. La distinción entre día y noche implica un ritmo, una sucesión de instantes, un orden temporal que hasta entonces no existía. La luz no es simplemente algo que se ve; es la condición misma para que la vida, el movimiento y la historia sean posibles.
El contexto de la frase
La redacción del Génesis se sitúa en un tiempo de mitos antiguos, cuando los pueblos del Cercano Oriente trataban de explicar la existencia del mundo a través de relatos simbólicos. Mientras otras culturas concebían la creación como el resultado de luchas entre dioses o seres primordiales, el relato bíblico presenta una visión revolucionaria: el universo no nace del conflicto, sino de la palabra serena y soberana de un Dios único.
La decisión de iniciar la narración con la creación de la luz revela una comprensión profunda de la naturaleza humana. Sin luz, no hay conocimiento, no hay conciencia. La luz representa, desde ese instante, la verdad, la revelación, la bondad.
En el mundo antiguo, donde la noche era temida y la oscuridad representaba el peligro y la ignorancia, la creación de la luz por mandato divino era una afirmación poderosa: la existencia no es un accidente ni una maldición, sino un acto de voluntad amorosa.
La belleza de la lengua latina
La formulación latina “Fiat lux” encapsula toda esta grandeza en apenas dos palabras. “Fiat” es el subjuntivo de “fieri”, que significa “hacerse” o “venir a ser”. No es un mandato cualquiera: tiene un matiz de creación instantánea, de surgimiento por deseo divino. “Lux”, la luz, es lo primero que puede ser percibido, la manifestación visible de la existencia.
El uso del latín, con su estructura solemne y precisa, ha perpetuado la fuerza de esta expresión a través de los siglos. Las universidades medievales adoptaron “Fiat lux” como lema, los pensadores del Renacimiento lo citaron en sus obras, y hoy sigue siendo emblema de quienes buscan claridad en medio de la confusión.
El legado eterno de “Fiat lux”
Desde la antigüedad hasta nuestros días, el eco de ese primer mandato continúa resonando. Cada avance en el conocimiento, cada conquista del arte o de la ciencia, cada paso hacia la libertad y la verdad puede verse como una nueva encarnación del “Fiat lux”. Cuando Galileo levanta su telescopio al cielo nocturno, cuando Newton descubre las leyes que rigen la gravedad, cuando Marie Curie penetra los misterios de la radiactividad, todos ellos, de alguna manera, están repitiendo aquel primer acto creador.
Incluso en lo personal, en los momentos en que superamos la oscuridad interior, en que encontramos respuestas a nuestras dudas o sentido en medio del dolor, estamos experimentando un “hágase la luz” íntimo y propio.
El “Fiat lux” no es sólo el relato de un acontecimiento lejano, perdido en las brumas de un pasado mítico. Es una llamada constante a la creación, al despertar, al inicio de nuevas posibilidades. Cada vez que elegimos el conocimiento sobre la ignorancia, el amor sobre el miedo, la verdad sobre la mentira, estamos respondiendo a esa primera orden divina.
La luz que Dios creó no fue solamente física; fue también simbólica. Es la luz de la razón, del espíritu, del corazón humano. Por eso, recordar aquel instante no es un mero ejercicio de devoción, sino una afirmación de nuestro propio poder creador. Cada ser humano, hecho a imagen de Dios, lleva dentro la chispa de esa luz original.
Así como en el principio, en medio de la oscuridad más absoluta, Dios dijo: “Hágase la luz”, también hoy, en nuestros tiempos inciertos, cada palabra de amor, cada acto de justicia, cada descubrimiento verdadero es un nuevo amanecer, una nueva creación.
Fiat lux, siempre.
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