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Mi nombre es legión, porque somos muchos: ecos del mal y de la redención.

En el corazón del Evangelio según San Marcos, capítulo 5, versículo 9, se encuentra una de las frases más inquietantes de toda la Biblia: “Legio mihi nomen est, quia multi sumus”. Traducida como “Mi nombre es legión, porque somos muchos”, esta expresión encierra una potencia simbólica extraordinaria. Es pronunciada por un espíritu impuro que ha tomado posesión de un hombre, y marca un punto culminante en el relato de la lucha entre el mal y el bien, entre la desesperación humana y el poder redentor de Cristo.


El encuentro con el poseso geraseno
Mi nombre es legión, porque somos muchos
Mi nombre es legión, porque somos muchos: ecos del mal y de la redención.

Según el relato de Marcos 5:1-20, Jesús llega en barca a la región de los gerasenos. Allí lo recibe un hombre poseído por una multitud de demonios. Este hombre vivía entre las tumbas, fuera de la ciudad, marginado por completo. Era tan fuerte en su locura que ni las cadenas podían retenerlo. Nadie se atrevía a pasar por su camino.

Cuando ve a Jesús desde lejos, corre hacia Él y se postra, gritando: “¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te ruego por Dios que no me atormentes”. Jesús le ordena salir del hombre, pero antes le pregunta su nombre. Y el espíritu responde: “Mi nombre es legión, porque somos muchos”.

Lucas 8:30 reproduce la misma escena con matices casi idénticos. Ambos evangelistas quieren mostrar la gravedad del estado del poseso, la intensidad de su tormento y, sobre todo, el poder que tiene Cristo para restaurar lo perdido.

Los demonios ruegan a Jesús que no los envíe al abismo, sino que los deje entrar en una piara de cerdos que se hallaba cerca. Al hacerlo, los cerdos se precipitan al lago y mueren. Los pastores huyen espantados y difunden la noticia por la región. Cuando la gente llega y ve al antes poseído sentado, vestido y en su sano juicio, se llenan de temor.



San Marcos: el evangelista del conflicto espiritual

La tradición atribuye el Evangelio a Juan Marcos, discípulo de Pedro y primo de Bernabé. No fue apóstol directo de Jesús, pero acompañó a Pedro en Roma y a Pablo en sus viajes misioneros. Su Evangelio, probablemente el primero en ser escrito (alrededor del año 65 d.C.), es el más breve, pero también el más intenso y directo. Marcos no se entretiene en largas genealogías ni discursos extensos; su enfoque es la acción, el conflicto, el poder de Cristo frente al mal.

En el relato del poseso, Marcos va más allá de una simple curación. Nos muestra un retrato del alma humana en guerra, y cómo esa guerra puede ser vencida no por la fuerza, sino por una autoridad espiritual que restituye la dignidad del hombre. La elección de la palabra “legión”, tan cargada de resonancias romanas, también puede entenderse como una crítica sutil al dominio opresor del Imperio.


Otros ecos bíblicos

La Biblia ofrece otros ejemplos donde el mal se manifiesta colectivamente. En el Génesis, los habitantes de Sodoma y Gomorra representan la corrupción generalizada. En el Éxodo, el Faraón encarna la obstinación que afecta a toda una nación. En el Nuevo Testamento, el Sanedrín actúa como grupo contra la figura de Jesús. La posesión del geraseno es una de las pocas donde se explicita el número: somos muchos.

Este plural maligno contrasta con la voz singular de Dios, que llama siempre por el nombre: a Moisés desde la zarza, a Samuel en el templo, a María Magdalena junto al sepulcro. El mal disuelve, el bien nombra. El mal colectiviza, el bien individualiza.


Del infierno colectivo a la redención personal

La respuesta del demonio revela más que su número. “Mi nombre es legión” es también una confesión de la pérdida de identidad. No hay un “yo”, solo un “nosotros” caótico, una multitud sin rostro. Esta despersonalización refleja lo que ocurre cuando el alma humana se deja habitar por voces externas: traumas, miedos, adicciones, odios. No hay control. El yo se fragmenta.

Jesús no destruye al hombre, ni siquiera grita. Solo pregunta: “¿Cómo te llamas?”. Ese acto sencillo, preguntar el nombre, es profundamente restaurador. Es la chispa que inicia la curación. Y tras la liberación, no hay un espectáculo de milagro, sino un reencuentro con la normalidad: el hombre se sienta, se viste, escucha.


El eco cultural y moderno de una frase eterna

Desde el cine hasta la psicología, esta frase ha sido utilizada para ilustrar estados de disociación, enfermedades mentales, manipulación de masas o estados de alienación. En El Exorcista (1973), la joven Regan, poseída, pronuncia palabras similares. En obras de Carl Jung, se habla de las “sombras” interiores como una pluralidad que amenaza con apoderarse del yo consciente si no se integra adecuadamente.

En las redes sociales, hoy podríamos decir que hay muchas personas que ya no hablan por sí mismas. Reproducen discursos, imitan tendencias, se dejan guiar por algoritmos que determinan qué sentir, qué odiar, qué seguir. En esa dinámica, “somos muchos”, pero quizás ya no sabemos quiénes somos.


Jesús y la recuperación del sentido

El gesto de Jesús liberar y devolver a la comunidad es un modelo para la acción espiritual y social. No basta con exorcizar; hay que reintegrar. El hombre, antes temido y rechazado, es ahora testigo. Jesús no lo lleva consigo, lo envía a dar testimonio. Lo empodera. No lo convierte en dependiente, sino en protagonista de su nueva historia.

Aquí hay una enseñanza profunda: incluso después del sufrimiento extremo, es posible una vida nueva. Incluso tras ser habitado por una legión de sombras, se puede hablar con voz propia.


La urgencia de hoy

En un mundo que sufre múltiples formas de posesión por la ideología, el consumo, el ruido mediático o el dolor no expresado, este relato invita a volver al silencio interior, a escuchar la voz que nos llama por nuestro nombre. El verdadero exorcismo hoy podría ser recordar quiénes somos, en medio del coro de influencias que nos gritan lo contrario.

Cristo no preguntó cuántos demonios había. Preguntó el nombre. Y eso basta. Porque el primer paso para sanar no es eliminar lo que nos duele, sino saber cómo se llama. Nombrar es un acto de poder. Y en ese poder humilde, reside la posibilidad de la liberación.



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