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“Oderint dum metuant”: el eco del poder a través del miedo.

En el vasto legado de la literatura y la historia romana, pocas frases han logrado condensar en tan pocas palabras el espíritu tiránico y autoritario como “Oderint dum metuant”. Esta locución latina, que puede traducirse como “Que me odien, con tal de que me teman”, no es sólo una expresión de arrogancia imperial, sino una ventana al alma de quienes han visto el poder como un instrumento de control absoluto, cimentado más en el terror que en el respeto.


Origen literario: Accio, el trágico olvidado
Que me odien, con tal de que me teman
Que me odien, con tal de que me teman

El verdadero nacimiento de esta frase se remonta al poeta trágico romano Lucio Accio (170 a.C. – ca. 86 a.C.), una figura que, aunque eclipsada por nombres como Séneca o Plauto, tuvo una profunda influencia en la dramaturgia romana temprana. Accio, perteneciente a la corriente conocida como la fábula cothurnata tragedias romanas inspiradas en los modelos griegos, cultivó un lenguaje elevado y vigoroso, impregnado de pasión y dramatismo. En una de sus tragedias, hoy lamentablemente perdida, uno de sus personajes pronuncia la sentencia: “Oderint dum metuant”. En su contexto original, probablemente era una muestra del conflicto interno de un personaje poderoso, que justificaba sus actos violentos como un medio para mantener el orden o asegurar su autoridad.

Accio, admirador confeso de Ennio, escribía para una Roma que aún estaba forjando su identidad literaria. Su teatro estaba marcado por una tensión moral profunda, donde los personajes se debatían entre el destino, la gloria y la culpa. Es revelador, entonces, que esta frase, nacida en un drama destinado a explorar la tragedia del alma humana, fuera luego apropiada por uno de los emperadores más temidos de la historia: Calígula.


Calígula: del arte al poder absoluto

El emperador Cayo Julio César Augusto Germánico, conocido como Calígula, gobernó Roma entre el 37 y el 41 d.C. Su breve y turbulento mandato está envuelto en una nube de locura, crueldad y excesos, según los relatos de historiadores como Suetonio, Dión Casio y Tácito. Aunque parte de estos relatos pueden estar influenciados por la propaganda senatorial en su contra, hay un consenso general en cuanto a su carácter despótico.

Según cuenta Suetonio en su obra De Vita Caesarum (La vida de los Césares), específicamente en el capítulo XXX dedicado a Calígula, el emperador solía repetir esta frase con frecuencia al hablar de sus súbditos. Para él, el amor del pueblo era prescindible; lo que importaba era el temor. No buscaba ser amado ni respetado, sino temido. En su mente, el odio de los demás era un precio razonable para sostener la obediencia ciega.

La ironía profunda radica en que Calígula toma una frase del arte, de la literatura trágica, y la convierte en una consigna política. Donde Accio probablemente buscaba una catarsis moral en su tragedia, Calígula la transformó en doctrina imperial. El arte, que debía ser espejo de la humanidad, fue deformado en una justificación para la tiranía.


El peso filosófico de la frase

Oderint dum metuant no es simplemente una expresión autoritaria; es también una declaración de principios sobre la naturaleza del liderazgo. A lo largo de los siglos, la frase ha sido reinterpretada y reutilizada por figuras que han buscado justificar el uso del miedo como herramienta de gobierno. Desde reyes absolutistas hasta dictadores modernos, muchos han actuado bajo este principio, aun sin pronunciarla.

Esta postura entra en conflicto directo con las enseñanzas de la filosofía estoica, tan influyente en Roma, que proponía el dominio de uno mismo, la virtud como guía y el rechazo a los excesos. Para los estoicos, el verdadero líder debía ser un ejemplo moral, no un opresor. Pero Calígula, al igual que otros tiranos, despreciaba estos ideales. Su reinado fue una demostración de que el miedo puede imponerse como ley, aunque al costo de la dignidad y la estabilidad.


La resonancia moderna

Aunque surgida en el mundo antiguo, “Oderint dum metuant” no ha perdido relevancia. A lo largo del siglo XX, dictadores como Stalin, Hitler o Idi Amin demostraron que el poder basado en el miedo sigue siendo una fórmula recurrente. Si bien no usaron esta frase literalmente, sus acciones reflejaban su esencia: mejor ser temido que ser despreciado, mejor ser odiado que ser derrocado.

Incluso en contextos menos extremos, esta lógica puede aparecer disfrazada en líderes autoritarios que priorizan el control por sobre la empatía, la represión por encima del diálogo. En ambientes empresariales, militares o políticos, la idea de imponer respeto mediante el temor sigue latente, aunque se exprese en formas más sutiles y sofisticadas.


La dualidad del poder

Esta frase nos invita a reflexionar sobre la naturaleza del poder y la forma en que los individuos lo ejercen. ¿Es preferible ser amado o temido? Esta pregunta, que también planteó Maquiavelo en El Príncipe, ha dividido a filósofos y estrategas por siglos. Maquiavelo, por ejemplo, concluye que lo ideal es ser ambos, pero si se debe elegir, es más seguro ser temido que amado.

Sin embargo, la historia también ha mostrado que el temor, cuando se convierte en la única base de un gobierno, suele derivar en inestabilidad y colapso. El asesinato de Calígula en el año 41 d.C., a manos de su propia guardia pretoriana, demuestra que el miedo tiene límites. Un líder que sólo siembra odio cosecha traición.


Accio rescatado del olvido

El caso de Oderint dum metuant ha contribuido, paradójicamente, a preservar el nombre de Accio, un autor que de otro modo habría sido olvidado por el gran público. A pesar de haber escrito decenas de tragedias, sólo nos han llegado fragmentos. Su estilo fue considerado agresivo y pomposo por algunos críticos posteriores, pero su pasión y fuerza dramática dejaron huella.

Accio también fue un reformador: construyó su propio teatro, un acto inusual para la época, y defendió el valor de la literatura nacional frente a la influencia griega. Su obra, en muchos aspectos, representa la lucha de Roma por forjar una identidad cultural autónoma. La frase inmortal que nos legó, aunque tergiversada por Calígula, sigue siendo prueba de su capacidad para tocar las fibras más intensas del alma humana.


Una lección para el presente

Al analizar esta expresión, uno puede entender más claramente cómo las palabras, descontextualizadas, pueden ser herramientas de poder. Lo que en un escenario teatral era un recurso dramático, pasó a ser una política real de gobierno. La historia de “Oderint dum metuant” nos advierte sobre los peligros de usar el arte como escudo para justificar la opresión, y sobre el riesgo de venerar líderes que buscan gobernar sembrando el terror.

En un mundo donde el lenguaje sigue siendo clave en la construcción del relato político, es crucial recordar que cada frase tiene un origen, un contexto y un propósito. Reivindicar la verdad detrás de expresiones célebres no solo es un ejercicio histórico, sino un acto de resistencia frente a la manipulación.


El eco inmortal de una sentencia

Aunque pronunciada hace más de dos mil años, “Oderint dum metuant” sigue vibrando en los pasillos del poder. Nos recuerda que el odio impuesto por la autoridad puede ser duradero, pero el respeto ganado por la justicia es eterno. Mientras unos eligen el temor como camino hacia la obediencia, otros apuestan por la admiración y la ética como pilares de un liderazgo legítimo.

El mundo moderno, con todos sus avances, no ha superado del todo esta disyuntiva. Pero la historia, como siempre, ofrece sus lecciones para quien se atreve a escuchar.



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