“Todo es según el color del cristal con que se mira”: una reflexión eterna desde la poesía de Campoamor.
- rulfop
- Apr 19
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En la historia de la literatura española, pocas frases han tenido la fuerza de condensar una cosmovisión tan amplia y vigente como el famoso epigrama del poeta Ramón de Campoamor: “En este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira.” En apenas cuatro versos, el autor captura la esencia del relativismo humano, la fragilidad de las certezas y la profunda subjetividad con la que los individuos enfrentan la vida. Este breve poema ha traspasado las fronteras del papel para convertirse en un proverbio popular, una cita recurrente en debates filosóficos, políticos, literarios y hasta personales. Pero, ¿quién fue Campoamor? ¿Por qué su mirada sobre el mundo resuena tanto en nuestros días? ¿Y qué hay detrás de esta sentencia aparentemente sencilla, pero cargada de significado?
Ramón de Campoamor: entre el clasicismo y el pensamiento moderno
Ramón de Campoamor nació en Navia, Asturias, en 1817, en el seno de una familia acomodada. Inicialmente encaminado hacia la carrera eclesiástica, pronto abandonó esta vía para dedicarse a la medicina y, más tarde, a la política y la literatura. Su formación científica y filosófica influyó notablemente en su obra poética, donde el racionalismo se mezcla con una aguda observación de las pasiones humanas. Campoamor fue, además, un destacado miembro del Partido Moderado y ocupó diversos cargos administrativos, lo que le dio una perspectiva pragmática de la sociedad y de los vaivenes ideológicos de su tiempo.
Lejos del romanticismo exaltado de sus contemporáneos, Campoamor cultivó una poesía que él mismo definió como “poesía filosófica”. Dentro de este género creó una modalidad propia: los doloras, pequeñas composiciones que, con tono irónico, escéptico o melancólico, abordan dilemas morales o existenciales. Fue en una de estas doloras donde nació el epigrama que hoy nos convoca.
El contexto de la frase: entre doloras y verdades móviles
La estrofa aparece en su obra Doloras y pequeños poemas, publicada en 1872, y se ha mantenido como una de las más citadas de todo su repertorio. El poema no busca embellecer la realidad, sino desnudarla, mostrarla en su relatividad más cruda. Campoamor no se adentra en las abstracciones metafísicas, sino que apunta directamente al corazón de lo cotidiano: cada quien juzga la realidad desde su propio filtro, su historia, sus emociones, sus intereses.
El “cristal” no es otra cosa que la lente subjetiva con la que cada persona interpreta el mundo. Para uno, un acto puede parecer heroico; para otro, irresponsable. Un gesto puede ser amoroso o manipulador, según el ángulo desde donde se lo mire. La realidad, entonces, no es unívoca: es moldeada por las miradas que la reciben.
Del papel a la vida: usos y ecos de una frase inmortal
Esta célebre estrofa ha sido utilizada innumerables veces para justificar opiniones contrapuestas, señalar la relatividad de las percepciones, e incluso denunciar la hipocresía de ciertos discursos. En política, por ejemplo, se recita con frecuencia para remarcar cómo una misma acción puede ser vista como progresista o retrógrada, dependiendo del bando que la observe. En el ámbito judicial, se recuerda que la “verdad” no siempre es absoluta, sino una reconstrucción sujeta a pruebas, relatos y contextos.
Incluso en la vida cotidiana, cuando dos personas recuerdan un mismo hecho de manera opuesta, esta frase suele salir a flote como un bálsamo o una ironía. Es una forma elegante de aceptar la discordancia sin confrontar, de reconocer que la verdad puede ser múltiple.
Una filosofía poética que anticipa el pensamiento moderno
Mucho antes de que el relativismo se instalara como corriente filosófica dominante en el siglo XX, Campoamor ya lo había encapsulado en verso. Filósofos como Nietzsche, Foucault o Derrida se encargarían de deconstruir las verdades establecidas, de desmontar los grandes relatos que pretendían explicar el mundo de manera uniforme. Pero Campoamor, desde su aparente sencillez lírica, ya anticipaba que no existe una sola verdad, sino tantas como ojos que la miren.
Su poema no niega la existencia de los hechos, pero sí pone en duda nuestra capacidad de aprehenderlos sin distorsión. La verdad y la mentira, afirma, no son realidades fijas, sino construcciones cambiantes. Esta visión es profundamente moderna y, al mismo tiempo, profundamente humana.
Entre escepticismo y tolerancia
Aunque pudiera parecer pesimista, el mensaje de Campoamor también encierra una invitación a la empatía. Si aceptamos que todos miramos el mundo a través de distintos cristales, entonces es más fácil entender al otro, no como un enemigo, sino como alguien que simplemente ve distinto. La frase se convierte así en una herramienta para fomentar la tolerancia, el diálogo y la humildad.
Es también una advertencia contra el dogmatismo, ese veneno que lleva a imponer nuestra perspectiva como la única válida. Campoamor nos recuerda que nadie posee la verdad absoluta, y que incluso nuestras más firmes convicciones pueden tambalear si cambiamos el ángulo desde el que observamos.
La vigencia de un verso
Hoy, en una era marcada por la polarización, las fake news, las burbujas informativas y las verdades acomodadas, el epigrama de Campoamor resulta más necesario que nunca. En un mundo donde cada cual construye su realidad a medida, y donde la tecnología nos permite confirmar cualquier sesgo que tengamos, detenernos a pensar en el color del cristal con que miramos puede ser un ejercicio de salud mental y cívica.
La frase ha sido citada en discursos políticos, libros de autoayuda, ensayos filosóficos y hasta en campañas publicitarias. Su belleza formal se combina con una profundidad conceptual que permite múltiples lecturas. Es, en definitiva, un verso que trasciende épocas y géneros.
Campoamor hoy: legado de una mirada lúcida
Aunque su estilo ha sido en ocasiones tildado de prosaico o anticuado, Ramón de Campoamor dejó un legado que merece ser rescatado. Su mirada sobre el mundo no estaba contaminada por los excesos retóricos, sino guiada por la lucidez, la ironía y una sobriedad que lo separa del sentimentalismo de su tiempo. En sus doloras se encuentra una filosofía popular, accesible pero no superficial, que sigue iluminando las contradicciones del ser humano.
Su famoso epigrama no solo ha sobrevivido al paso del tiempo, sino que ha ganado densidad en cada nueva generación. Porque el mundo, como él bien supo ver, sigue siendo traidor, ambiguo y cambiante. Y nosotros, los que lo habitamos, seguimos buscando la verdad… a través de cristales siempre distintos.
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