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Cuando la bondad es delito: José Daniel Ferrer y la represión del altruismo en Cuba.

Updated: Apr 19

En un país donde la escasez ha dejado de ser circunstancial para convertirse en estructura, cualquier acto de solidaridad se transforma en un gesto político. Así lo demuestra el reciente episodio protagonizado por el disidente cubano José Daniel Ferrer, quien, el 20 de marzo de 2025, distribuyó ayuda humanitaria a dos mil cubanos en situación de extrema pobreza. Lo que en cualquier otra nación sería recibido como una acción loable, en Cuba se ha castigado con una multa impuesta por el propio régimen. Esta noticia, difundida por ANSA, ha despertado la indignación internacional y nos obliga a reflexionar sobre múltiples capas de realidad en la isla caribeña.


La criminalización de la ayuda humanitaria
Cuando la bondad es delito: José Daniel Ferrer y la represión del altruismo en Cuba
José Daniel Ferrer entrega alimentos a personas necesitadas en Santiago de Cuba. Su acto de solidaridad fue castigado con una multa por el régimen cubano.

Cuando la bondad es delito. En Cuba, hacer el bien puede costarte caro. Ayudar, dar de comer, ofrecer medicina o ropa es una forma de resistencia si quien lo hace no es un brazo del Estado. Ferrer, ex prisionero político y líder de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU), ha sido objeto de represalias por intentar aliviar el sufrimiento de miles de compatriotas. Su acción, lejos de buscar protagonismo, fue un acto de necesidad y compasión ante la inacción del Estado, que ha abandonado a su pueblo en medio de una crisis económica sin precedentes.

El mensaje que envía el régimen al sancionar este tipo de actos es claro: solo el Estado puede decidir quién ayuda y quién recibe. Permitir que un opositor lo haga representa un riesgo, porque expone las fallas estructurales del sistema y muestra que existen alternativas éticas y funcionales fuera del control gubernamental.


Una economía colapsada y una población desesperada

La crisis económica en Cuba no es una novedad, pero ha alcanzado niveles alarmantes. El desabastecimiento de alimentos, medicinas y productos básicos ha generado un estado de emergencia crónico. La inflación, los apagones prolongados, la dolarización de sectores esenciales y la emigración masiva son síntomas de una nación en decadencia. En este contexto, los más pobres que ya eran vulnerables se han convertido en invisibles.

Que dos mil personas acudan a recibir ayuda en Santiago de Cuba revela la magnitud del problema. No se trata de un hecho aislado ni de un “espectáculo montado”, como suelen acusar los medios oficiales. Es el reflejo de un colapso sistémico en el que el gobierno no solo no resuelve, sino que reprime a quienes lo intentan.


El papel de los disidentes: más allá de la política

José Daniel Ferrer no es solo un opositor político. Es también un ciudadano comprometido con la dignidad humana. Su trabajo va más allá de la denuncia: actúa donde el Estado ha fracasado. En barrios olvidados, donde la miseria se ha vuelto costumbre, su presencia significa alivio, y a veces, esperanza.

Los disidentes en Cuba son presentados como traidores, mercenarios o agentes del enemigo. Pero la realidad es más compleja: muchos son líderes comunitarios, intelectuales, artistas, periodistas, que han decidido no callar ante la injusticia. Ferrer, con su historia de encarcelamiento, golpizas y vigilancia constante, ha demostrado que la verdadera disidencia no es ideológica, sino ética.


Reprimir para perpetuar el poder

El gobierno cubano ha perfeccionado una maquinaria de represión que va desde la censura hasta el encarcelamiento arbitrario. Todo aquel que se atreve a actuar fuera de los márgenes impuestos es castigado. El caso de Ferrer no es único: médicos que denuncian, periodistas independientes, activistas de derechos humanos, todos enfrentan algún tipo de castigo.

Multar a alguien por ayudar es una forma de reprimir con guantes de seda. No hay necesidad de esposas, bastan las sanciones económicas, la difamación en medios oficiales y el aislamiento social. Es un castigo que desincentiva la acción solidaria, disuade a otros y fortalece el mensaje del poder: "Solo nosotros podemos decidir sobre tu vida".


La paradoja de la soberanía

El gobierno cubano justifica estas acciones bajo el pretexto de defender su soberanía. Sin embargo, ¿qué tipo de soberanía es aquella que impide a sus ciudadanos ayudarse entre ellos? ¿Qué legitimidad tiene un poder que penaliza la compasión?

La soberanía, en su concepto más profundo, debería proteger la dignidad de los individuos, su libertad de conciencia y su derecho a organizarse para mejorar su entorno. En cambio, en Cuba se ha vaciado de contenido para convertirse en un instrumento de opresión.


Una resistencia que no se apaga

A pesar de la represión, la sociedad civil cubana ha empezado a despertar. Redes de ayuda mutua, colectivos independientes, pequeños grupos de activismo digital están comenzando a tomar espacio. La ayuda de Ferrer no es un acto aislado, sino parte de un movimiento creciente que busca devolver a los cubanos el control sobre sus vidas.

Cada bolsa de comida repartida, cada medicamento entregado, cada gesto de solidaridad tiene un peso simbólico enorme: demuestra que aún bajo la sombra de la represión, la luz de la dignidad humana persiste.


La mirada internacional: ¿complicidad o solidaridad?

El silencio de muchos gobiernos y organizaciones internacionales frente a estos hechos es preocupante. Si bien algunos países han condenado la represión en Cuba, otros prefieren mirar hacia otro lado por conveniencia geopolítica o interés económico. Esta indiferencia también es una forma de complicidad.

Es urgente que la comunidad internacional reconozca el valor de quienes, como Ferrer, arriesgan su libertad por ayudar a los demás. Y más aún, que se generen mecanismos efectivos de protección para ellos.


El futuro: entre la esperanza y la incertidumbre

El caso de José Daniel Ferrer es una herida abierta que nos obliga a repensar el presente y futuro de Cuba. Un país donde ayudar puede costarte una multa, pero callar cuesta mucho más. Mientras existan cubanos dispuestos a actuar desde la ética, el cambio seguirá siendo posible.

La Cuba del mañana no nacerá de un decreto oficial, sino del coraje cotidiano de personas como Ferrer y los miles que se atrevieron a recibir su ayuda. En ellos está la semilla de una nación que quiere renacer desde abajo, con manos limpias y corazones firmes.


Porque al final, ni las multas ni la represión podrán apagar el deseo de libertad y justicia de un pueblo que, pese a todo, sigue creyendo en la bondad humana.

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