Cuba y el espejismo militar: el secreto que ya no guarda armas, sino narrativas.
- rulfop
- 23 hours ago
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Por un corresponsal libre
Durante décadas, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba (FAR) han estado rodeadas por una densa niebla de secretismo. En un país donde la opacidad institucional es la norma y no la excepción, este cuerpo militar ha sido tanto un instrumento de defensa como un símbolo ideológico. Sin embargo, en 2025, tras años de descomposición económica, aislamiento internacional y crisis estructural, la verdadera pregunta ya no es qué esconde el ejército cubano, sino si en realidad queda algo que esconder.
De las armas al mito: una cronología necesaria
La década de 1960 marcó la militarización ideológica del país. Tras la Crisis de los Misiles en 1962, el aparato castrense se consolidó como columna vertebral del naciente modelo revolucionario. Se crearon milicias territoriales, se construyeron refugios antiaéreos y se dotó al país de artillería antiaérea soviética.
En los años 70, el ejército cubano alcanzó su cenit operativo. Cuba envió tropas a Angola, Etiopía y Mozambique. Fue la época del internacionalismo armado. Las FAR contaban con más de 200.000 efectivos y un sistema logístico en expansión. Era uno de los ejércitos mejor equipados de América Latina. El armamento provenía en su mayoría del bloque socialista y los entrenamientos eran rigurosos. La inteligencia militar cubana comenzó a ganar prestigio entre sus aliados.
En los 80, mientras muchos países latinoamericanos reducían sus fuerzas armadas, Cuba mantenía su gasto militar proporcional al PIB en cifras superiores al 10%. Se modernizaron bases, se entrenaron comandos y se potenciaron las capacidades de intercepción electrónica. La Base de Lourdes llegó a tener hasta 3.000 técnicos operando diariamente. Las FAR eran, para muchos, un poder dentro del poder.
Pero el colapso soviético en los 90 cambió todo. La retirada del subsidio económico dejó sin recursos a un aparato bélico dependiente del exterior. A partir de entonces comenzó el declive: falta de combustible, repuestos, comida para las tropas. El personal se redujo drásticamente. Muchas unidades fueron cerradas o reconvertidas a tareas agrícolas. Los uniformes se deterioraron, los aviones dejaron de volar y los soldados, literalmente, abandonaron las trincheras para construir viviendas.
Desde 2000 hasta hoy, el ejército ha sido rediseñado más como actor económico y simbólico que operativo. Bajo la estructura de GAESA, el brazo financiero de las FAR, los militares dirigen hoteles, empresas de logística y bancos. La misión de defensa ha sido desplazada por la preservación del régimen.
La mentalidad de conservación: una trinchera simbólica
Cuba y el espejismo militar. Uno de los rasgos más llamativos del aparato militar cubano es su obstinación en mantener operativo, al menos en apariencia, un armamento que en muchos casos supera los 60 años de antigüedad. Más que una estrategia militar, se trata de una actitud cultural profundamente arraigada: una mentalidad de conservación que transforma lo obsoleto en un fetiche de resistencia.
No es raro encontrar tanques T-34, diseñados en la Segunda Guerra Mundial, repintados y expuestos en unidades militares como si fueran aún útiles. Los aviones MiG-21, que datan de los años 50 y 60, son fotografiados en desfiles con orgullo, pese a que su mantenimiento depende de piezas imposibles de encontrar en el mercado actual. En algunos casos, se han adaptado motores alternativos o se han improvisado soluciones mecánicas con recursos locales, no tanto para volar, sino para evitar admitir públicamente su inoperatividad.
Este afán por conservar no nace de una lógica bélica, sino ideológica. En un país donde “resistir” ha sido elevado a dogma, desechar algo equivale a rendirse. Cada vehículo envejecido que aún circula sea un camión ZIL o un viejo radar representa la permanencia de una era y, por extensión, del régimen que la generó.
Comparaciones regionales: el contraste silencioso
Mientras en países como Chile, Brasil o Colombia las fuerzas armadas han emprendido procesos de modernización, Cuba permanece atada a una visión de museo. Brasil, por ejemplo, posee una flota aérea moderna con cazas de quinta generación y una industria militar propia. Colombia ha profesionalizado su ejército con ayuda de Estados Unidos. Incluso Nicaragua, con un presupuesto menor, ha recibido asistencia rusa para mantener operativos sus sistemas defensivos.
Cuba, en cambio, continúa exhibiendo la misma maquinaria soviética que se veía en los 80. El presupuesto militar cubano es hoy desconocido, pero se estima que representa menos del 2% del PIB, buena parte del cual va a salarios simbólicos y mantenimiento de GAESA. El costo operativo del sistema de defensa real es mínimo, porque el poder ya no reside en las armas, sino en el aparato de control.
Inteligencia: la joya de la corona
Donde sí hay vida activa es en el aparato de inteligencia. La Dirección de Inteligencia (DI) mantiene vínculos con servicios de países como Venezuela, Irán, Rusia y China. Agentes cubanos han sido detectados operando en España, México y Estados Unidos. La información es su materia prima, no las balas.
Durante años, Cuba infiltró círculos académicos, ONGs, medios de comunicación y exiliados. La formación de agentes incluye idiomas, actuación, informática, psicología. No son militares tradicionales. Su arma es el silencio. Su campo de batalla, la mente del enemigo.
El espionaje interno también se ha perfeccionado. Las redes de vigilancia ciudadana, las grabaciones en centros laborales, las brigadas de respuesta rápida y las unidades de monitoreo digital conforman una telaraña que hace sentir a cada ciudadano observado. El ejército no necesita tanques en la calle cuando puede paralizarte con una citación a la Seguridad del Estado.
¿Qué hay en los almacenes?
No hay pruebas de que Cuba posea armas de destrucción masiva ni tecnología de guerra moderna. La cooperación militar se limita a intercambios formativos, no a compras de alto nivel. Los arsenales son viejos, y muchos de ellos están en desuso. La mayoría del armamento actual no sería eficaz en un conflicto moderno.
No obstante, se conservan bunkers, depósitos y estructuras construidas en los años 70, ahora más útiles para guardar alimentos estatales o documentos que para proteger misiles. La opacidad es mantenida, no porque se esconda un arsenal, sino porque admitir el vacío supondría destruir el mito.
Desfiles sin alma, uniformes sin guerra
Cada desfile nacional es una reafirmación estética más que táctica. Se marchan tropas con disciplina, pero sin capacidad combativa real. Se muestran lanzadores de cohetes que nunca han disparado. Se filman documentales que repiten imágenes de archivo. Es una guerra visual. Lo que cuenta no es la precisión del disparo, sino la firmeza de la marcha.
GAESA: la militarización de la economía
Desde 2011, GAESA ha absorbido más del 80% de las operaciones económicas relevantes del país. Controla aeropuertos, puertos, cadenas hoteleras, servicios bancarios y hasta la distribución mayorista de alimentos. Esta estructura permite a los militares una fuente de poder alternativa, menos visible, pero más rentable. El generalato ya no necesita un campo de batalla: lo tiene en las cuentas bancarias.
El arma es el miedo
En 2025, el ejército cubano no posee tanques modernos, ni misiles, ni drones, ni radares funcionales a gran escala. Posee algo más abstracto pero más eficaz: el control del relato. Las FAR no son una amenaza militar para el exterior, sino un mecanismo de contención del interior.
El verdadero secreto de las FAR no está en lo que esconden en sus almacenes, sino en lo que representan en la imaginación de un pueblo que ha sido entrenado para temer, obedecer y recordar. Su guerra ya no es contra un enemigo visible, sino contra la idea de cambio.
Y así, mientras en sus vitrinas se exhiben armas del siglo pasado, el régimen sigue desplegando su fuerza más letal: el miedo.
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