La libreta de racionamiento en Cuba: historia, control y consecuencias de un sistema anacrónico.
- rulfop
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En el imaginario cubano, pocos objetos tienen una carga simbólica tan densa como la libreta de racionamiento. Desde su instauración en 1962, esta pequeña libreta ha acompañado a generaciones de cubanos como testigo silencioso de la escasez, la promesa revolucionaria y el control del Estado sobre la vida cotidiana. Mientras en otras partes del mundo los sistemas de racionamiento fueron medidas temporales adoptadas en tiempos de guerra o crisis severa, en Cuba la libreta se ha perpetuado durante más de seis décadas, convirtiéndose en una institución tan presente como la bandera o el carnet de identidad.
Orígenes: el nacimiento de la libreta como respuesta a la escasez planificada

La libreta de racionamiento fue implementada oficialmente el 12 de marzo de 1962. En un contexto de creciente tensión con los Estados Unidos y la radicalización de la Revolución, el gobierno de Fidel Castro decidió centralizar completamente el abastecimiento de bienes esenciales. Bajo el pretexto de garantizar una distribución equitativa de los alimentos, se creó un sistema estatal de asignación de productos básicos que, en la práctica, eliminó el libre mercado y colocó al ciudadano en una situación de dependencia absoluta del Estado.
El sistema incluía arroz, frijoles, aceite, pan, leche, huevos, jabón, café y otros productos esenciales, distribuidos de forma mensual o semanal mediante un cuadernillo nominal que registraba las cantidades asignadas por persona. Cada cubano fue inscrito en una "bodega" de referencia, donde el bodeguero, también bajo control estatal, anotaba los consumos.
Estructura de control: no sólo comida, sino vigilancia
Lo que parecía un sistema de ayuda social pronto reveló su esencia de aparato de control. La libreta no sólo limitaba la cantidad de bienes que una persona podía adquirir, sino que convertía al bodeguero en un agente de control social. Para cambiar de residencia, de provincia, o simplemente de bodega, era necesario tramitar autorizaciones oficiales. El Estado sabía dónde y qué comía cada ciudadano.
En este contexto, el acceso a productos no era un derecho, sino un privilegio regulado. Las familias no podían decidir libremente cuándo ni cuánto comprar. En muchos casos, la cantidad entregada era insuficiente para cubrir las necesidades mensuales, obligando a millones de personas a acudir al mercado negro, a los llamados "revendedores", o a esperar remesas del exterior.
Experiencias internacionales: racionamiento en el mundo
El racionamiento no es exclusivo de Cuba. Durante la Segunda Guerra Mundial, países como Reino Unido, Estados Unidos, Alemania y Japón implementaron sistemas de cupones o libretas para distribuir alimentos, gasolina, ropa y otros productos básicos. Estos sistemas, sin embargo, fueron considerados medidas extraordinarias en tiempos de guerra, y fueron desmontados tras el retorno a la paz.
En el Reino Unido, el racionamiento comenzó en 1939 y concluyó oficialmente en 1954. En Estados Unidos, se aplicó entre 1942 y 1946. La Unión Soviética también implementó libretas en distintos momentos, especialmente durante la era estalinista y en la década de 1980 ante el colapso económico. Corea del Norte mantiene un sistema similar, aunque más drástico y vinculado a la estructura militar.
En todos estos casos, el racionamiento fue un recurso de emergencia. Su extensión en el tiempo fue reconocida como un fracaso de la planificación económica. Cuba, en cambio, ha defendido la libreta como un logro de justicia social, ignorando que su permanencia evidencia más bien un modelo inviable.
Efectos sociales: uniformidad en la escasez
El sistema de la libreta ha generado efectos profundos en la psicología colectiva. La población ha normalizado la escasez como un hecho permanente. Comprar por gusto, elegir marcas o comparar precios, son acciones inexistentes en la Cuba de la libreta. La cultura del consumo fue sustituida por la cultura del racionamiento, donde la frase "no hay" es parte del lenguaje cotidiano.
A nivel familiar, la planificación alimentaria gira en torno a la libreta. Las madres aprenden a administrar las libras de arroz, los huevos semanales o los gramos de café. El menú del mes depende de lo que toque. Esta rigidez ha sido particularmente dañina para la nutrición infantil, la diversidad alimentaria y la educación en valores de libertad y elección.
Corrupción y mercado negro: consecuencias inevitables
Un sistema que impone carencias tiende, inevitablemente, a generar ilegalidades. La libreta ha alimentado un mercado negro en constante expansión. Bodegueros que esconden productos para revenderlos, inspectores sobornados, mercancía desviada hacia hoteles, militares o mercados paralelos.
El sistema también fomenta la dependencia. Al impedir la libre producción y venta de alimentos, se ha desincentivado la creatividad, el emprendimiento y la autosuficiencia. Generaciones completas han crecido sin saber cultivar, comprar ni cocinar con libertad.
Modernizaciones fallidas y simulacros de reforma
En los últimos 20 años, el gobierno cubano ha anunciado repetidamente que la libreta será eliminada. Se ha planteado su sustitución por tarjetas magnéticas, cupones digitales o subsidios directos. Sin embargo, ningún intento ha prosperado. El temor a la reacción popular, la falta de infraestructura y el colapso económico han paralizado cualquier reforma.
En algunos momentos, se han retirado ciertos productos de la libreta: el detergente, el jabón o el pollo. Pero lejos de significar una mejora, esto ha provocado encarecimiento, especulación y mayor desigualdad. La libreta sigue funcionando como el último cordón umbilical entre el Estado y los ciudadanos más pobres.
¿Qué da hoy la libreta? ¿Cuánto dura para una familia cubana?
En la actualidad, la libreta entrega mensualmente por persona cantidades ínfimas de alimentos básicos: aproximadamente 3 libras de arroz, 1 libra de azúcar blanca y otra de azúcar prieta, medio litro de aceite (cuando hay), 1 libra de frijoles, 5 huevos, un poco de sal y café mezclado con chícharos. En algunos casos, se ofrece pollo o pescado congelado de muy baja calidad y origen incierto.
Estos productos no alcanzan para cubrir ni siquiera una semana de necesidades calóricas y nutricionales. Una familia cubana de cuatro personas apenas puede garantizar dos o tres días de alimentación mínima con lo que entrega la libreta. El resto del mes debe resolver como pueda: a través de colas interminables, compras en mercados informales a precios inalcanzables, trueques, ayudas del exterior o robos tolerados.
Este estado de angustia diaria convierte la búsqueda de comida en la actividad principal del cubano. La jornada gira en torno a qué conseguir, dónde hay algo, quién lo vendió, cuánto cuesta. La vida laboral, social y emocional queda supeditada al drama de sobrevivir.
Futuro de la libreta: transición o perpetuación del atraso
El futuro de la libreta está atado al futuro del modelo político cubano. Mientras se mantenga el sistema centralizado, la libreta seguirá siendo una herramienta de control social. Su eliminación requeriría transformaciones profundas: apertura al mercado, legalización de la propiedad privada, libertad de comercio, y un nuevo contrato social basado en la confianza, no en la vigilancia.
Un escenario alternativo podría ser la transición hacia subsidios directos. En países como Brasil o México, programas como la Bolsa Familia o las transferencias condicionadas han demostrado que es posible asistir a los más vulnerables sin controlarlos. Pero para ello, se necesita voluntad política y un rediseño total del aparato estatal.
La libreta como espejo del sistema
La libreta de racionamiento es mucho más que un mecanismo de distribución. Es un símbolo del control absoluto, de la planificación fallida y del paternalismo autoritario. Su existencia prolongada refleja la incapacidad de un sistema para generar abundancia, eficiencia y libertad.
Mientras el mundo discute sobre sostenibilidad, seguridad alimentaria y tecnologías de producción, Cuba sigue aferrada a una libreta de los años 60. Y mientras esa libreta siga dictando qué y cuándo come el pueblo, no se podrá hablar de verdadera soberanía ni de dignidad.
El día en que un cubano pueda entrar a una tienda y elegir libremente lo que desea comprar, ese día la Revolución habrá terminado. Porque la verdadera revolución no es la imposición del igualitarismo forzado, sino la conquista de la libertad de elegir.
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