Pobreza en Cuba: antes y después de 1959, entre la promesa revolucionaria y la realidad del empobrecimiento.
- rulfop
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Cuando el 1 de enero de 1959 los barbudos de la Sierra Maestra entraron triunfantes en La Habana, la promesa que los acompañaba era simple y contundente: justicia social, igualdad, tierra para el campesino, salud y educación para todos, y el fin de los privilegios para una minoría. Sin embargo, más de seis décadas después, la historia económica y social de Cuba ha mostrado una paradoja inquietante: un modelo que en nombre de la equidad sacrificó la prosperidad general y sumió a generaciones enteras en una pobreza estructural sin salida aparente.
Este texto ofrece una mirada profunda, sin idealizaciones, sobre cómo era la pobreza en Cuba antes de 1959, cómo se ha transformado desde la Revolución, y cuál es el verdadero rostro del empobrecimiento en la isla hoy. Todo ello considerando inflación, acceso a bienes, distribución de ingresos y movilidad social real.
Cuba antes de 1959: una economía desigual pero funcional
En los años 50, Cuba no era un paraíso, pero tampoco era el infierno que el relato oficial revolucionario ha pretendido establecer. Según datos del Banco Mundial y organismos regionales, en 1958 Cuba ocupaba el tercer lugar en América Latina en ingreso per cápita, superada solo por Venezuela y Argentina. El salario medio era superior al de España y Portugal, y sectores como la salud privada, la educación superior y la agricultura mostraban niveles de productividad sostenibles.
Existía, sin duda, una desigualdad marcada: las zonas rurales, especialmente en Oriente, sufrían pobreza y abandono estatal. Sin embargo, en las ciudades, la clase media era sólida y creciente. Los sindicatos tenían fuerza, los gremios profesionales estaban organizados, y el sector privado mantenía una red de servicios eficiente.
El acceso a bienes básicos era amplio. Un litro de leche, una libreta de ahorro, una consulta médica, una nevera, un automóvil: eran objetivos posibles para una buena parte de la población urbana. La inflación era baja y el peso cubano tenía paridad con el dólar estadounidense. El comercio exterior era dinámico, y el turismo, aunque elitista, era una fuente legítima de ingresos.
La Revolución: igualdad sin prosperidad
El triunfo revolucionario de 1959 trajo consigo una profunda transformación estructural. En nombre de la justicia social, se abolió la propiedad privada, se estatizó la economía y se implantó un sistema de planificación centralizada. Durante las primeras décadas, gracias al subsidio soviético, se logró sostener una aparente estabilidad con acceso gratuito a educación y salud, y subsidios a la alimentación y el transporte.
Sin embargo, tras el colapso del bloque socialista en 1991, la economía cubana quedó al desnudo: improductiva, aislada tecnológicamente, dependiente de importaciones y con una población cada vez más envejecida. La pobreza, que durante años había sido disimulada por los bajos precios y el racionamiento, se convirtió en un fenómeno visible y doloroso.
Pobreza hoy: una realidad absoluta
La pobreza en la Cuba de 2025 es generalizada y transversal. Afecta tanto a jóvenes como a ancianos, a médicos como a campesinos. No hay clase media funcional. Los salarios estatales, incluso con aumentos recientes, no superan el equivalente a 20-30 dólares mensuales, mientras que el costo de una canasta mínima de alimentos supera los 200.
El ciudadano cubano promedio no puede ahorrar, no puede invertir, no puede acceder a una vivienda digna sin herencias. La electricidad falla. El agua potable no es continua. El transporte es caótico. La salud, aunque gratuita, sufre desabastecimiento de medicinas y profesionales migrantes. La educación, aunque masiva, no garantiza inserción laboral ni movilidad.
Comparar esto con 1958 requiere ajustar por inflación y contexto, pero es revelador: hoy un cubano necesita más días de salario para comprar un litro de aceite, un kilo de arroz o un par de zapatos que cualquier cubano de hace 70 años. Y lo más grave: en muchos casos ni siquiera existen estos productos disponibles.
¿Quién podía antes y quién puede hoy?
En los años 50, la movilidad social era una posibilidad real. Los hijos de un obrero podían estudiar medicina, fundar una empresa, construir una casa. Hoy, un joven cubano sueña con emigrar como única vía de progreso. La propiedad privada era legal y protegida, los negocios florecían, el crédito era accesible.
Hoy, para acceder a bienes y servicios fuera de la libreta de racionamiento, se necesita tener familia en el exterior, trabajar en turismo o formar parte de la élite militar o política. La desigualdad que la Revolución prometía erradicar ha mutado: ya no es entre ricos y pobres, sino entre conectados y desconectados del sistema global de remesas y divisas.
El mito del bienestar revolucionario
Durante décadas, el discurso oficial ha presentado a Cuba como un ejemplo de bienestar alternativo: salud universal, educación gratuita, seguridad ciudadana. Pero ese discurso se derrumba frente a los datos y a la realidad. Tener acceso a un hospital sin medicinas, o a una escuela sin profesores estables, no es sinónimo de bienestar.
Además, el costo humano ha sido enorme: represión política, control absoluto, ausencia de libertades económicas, censura informativa, separación familiar masiva. La Revolución, que nació como esperanza, se transformó en un sistema que castiga la iniciativa, penaliza la diferencia y empobrece incluso a los más leales.
Ajuste por inflación y moneda: una trampa discursiva
Algunos defensores del sistema alegan que comparar los precios de hoy con los de 1958 es injusto. Pero la inflación mundial ha sido compensada por crecimiento y productividad en casi todos los países. En Cuba, en cambio, los salarios no han seguido el ritmo de los precios, y la devaluación del peso cubano ha pulverizado el poder adquisitivo.
Además, el sistema de doble moneda (CUP vs. MLC) ha creado una segregación monetaria inédita: solo quien accede a dólares puede comprar en las tiendas abastecidas, mientras la mayoría vive en pesos desvalorizados. Es una economía para dos países dentro de una misma isla.
Consecuencias humanas: dolor, resignación y fuga
La pobreza no es solo una cifra. Es un estado emocional. El cubano de hoy vive bajo un estrés constante: cómo comer, cómo vestirse, cómo curarse, cómo salir. La creatividad se usa para sobrevivir, no para prosperar. La emigración masiva es la mayor prueba del fracaso económico del modelo. Miles de médicos, ingenieros, deportistas, artistas han abandonado el país en busca de un futuro que su patria no les ofrece.
El cubano pobre de 1958 podía soñar. El cubano pobre de 2025 sobrevive. Esa es la diferencia esencial.
La Revolución empobreció a todos
En nombre del bien común, la Revolución expropió, censuró, limitó y controló. Y lo hizo de forma sostenida, durante más de seis décadas. El resultado no ha sido la justicia, sino la miseria. Hoy, Cuba es un país pobre, dependiente, aislado, donde ni siquiera la dignidad del trabajo garantiza una vida básica.
Comparar la pobreza de ayer con la de hoy es, en el fondo, un juicio moral. Antes de 1959, Cuba era imperfecta, pero viva. Hoy, es igualitaria en la miseria, con una elite que vive a espaldas del pueblo. El socialismo cubano no construyó riqueza colectiva: la distribuyó mal, y luego la destruyó.
El verdadero progreso vendrá el día que el pueblo cubano pueda trabajar con libertad, ahorrar con seguridad, emprender sin miedo y elegir su destino sin tutelaje. Hasta entonces, la pobreza seguirá siendo la herencia más cruel de aquella promesa rota llamada Revolución.
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