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Cuba y su red hotelera: abundancia sin prosperidad.

Cuba y su red hotelera
Cuba y su red hotelera

La isla de Cuba, conocida por sus playas paradisíacas, su historia convulsa y su cultura vibrante, posee también una de las redes hoteleras más extensas del Caribe. Con más de 340 hoteles distribuidos a lo largo del país, y una capacidad instalada que supera las 80.000 habitaciones si se incluyen casas particulares registradas, la infraestructura turística cubana parecería estar diseñada para recibir a millones de visitantes anualmente. Sin embargo, la realidad es mucho más compleja. En este blog, exploraremos la distribución provincial de esta infraestructura, su comparación internacional, y los profundos problemas estructurales y culturales que afectan al turismo en la isla.

¿Cuántos hoteles hay en Cuba?

La mayor concentración hotelera se encuentra en:


  • La Habana: más de 70 hoteles activos, desde joyas históricas como el Hotel Nacional hasta modernos resorts como el Grand Aston o el Iberostar Parque Central.

  • Matanzas (Varadero): unos 60 hoteles, en su mayoría todo incluido, que hacen de Varadero el destino más importante del país.

  • Villa Clara: alrededor de 50 hoteles, destacando Cayo Santa María, Cayo Las Brujas y Cayo Ensenachos.

  • Ciego de Ávila: unos 40 hoteles entre Cayo Coco, Cayo Guillermo y la ciudad de Morón.

  • Holguín: 30 hoteles, mayormente en Guardalavaca, Playa Esmeralda, Playa Pesquero y Gibara.

  • Sancti Spíritus: más de 20 hoteles, incluyendo instalaciones en Trinidad, Playa Ancón, Topes de Collantes y la ciudad de Sancti Spíritus.

  • Santiago de Cuba: más de 20 hoteles, muchos centrados en el turismo cultural.

  • Camagüey: más de 15 hoteles en la ciudad y en Playa Santa Lucía.

  • Guantánamo: 14 hoteles, la mayoría ubicados en Baracoa y la capital provincial.

  • Granma: al menos 11 hoteles, con presencia en Bayamo, Manzanillo, Niquero y Marea del Portillo.

  • Cienfuegos, Pinar del Río, Artemisa, Las Tunas, Mayabeque e Isla de la Juventud: entre 2 y 10 hoteles cada una.


A finales de 2023, Cuba contaba con 340 hoteles, 82 de ellos de cinco estrellas. Paradójicamente, mientras aumentan las construcciones hoteleras, la ocupación promedio ha caído a un alarmante 23% en 2024. Un dato adicional que agrava el panorama: más de 7.000 habitaciones estaban fuera de servicio por falta de mantenimiento.

Comparación internacional: más camas, menos resultados

Cuba tiene más habitaciones hoteleras que países vecinos con mayor eficiencia turística. Por ejemplo:


  • República Dominicana: con más de 100.000 habitaciones y menos hoteles que Cuba, recibe casi 10 millones de turistas anuales y su tasa de ocupación ronda el 70%.

  • Jamaica: con una red hotelera más pequeña, logra mayor ingreso por visitante y tiene una estrategia clara de fidelización del turista.

  • Costa Rica: con un enfoque en el ecoturismo y servicios de calidad, logra ingresos superiores per cápita pese a tener menos infraestructura.


La relación entre infraestructura y resultados evidencia un problema estructural: en Cuba no falla la cantidad, falla la ejecución del modelo, la calidad del servicio y la visión de largo plazo.

Un problema interno: la desconexión entre trabajadores y turistas

Uno de los factores menos discutidos pero más críticos es la cultura del servicio en la hotelería cubana. Muchos trabajadores del sector, agobiados por bajos salarios, escasez de productos y presión social, ven al turista como un problema y no como una oportunidad.

Es común que cuando un visitante pregunta algo, necesita orientación o solicita asistencia, el personal lo reciba con molestia o indiferencia. El turista se convierte en una carga, en “trabajo extra” que no se valora como un paso hacia la fidelización o la reputación. Esta actitud revela un divorcio profundo entre el objetivo del sector y la percepción del trabajador.

Este fenómeno tiene raíces profundas. No se puede ignorar que muchos empleados hoteleros en Cuba viven en condiciones precarias. Lo que ganan en sus puestos no les alcanza para sostener a sus familias. De ahí que, muchas veces, intenten “sacar lo que puedan” del turista en el momento: una propina urgente, un favor, una salida informal para obtener jabones, medicamentos, ropa o dinero en efectivo. La visión es inmediata y de supervivencia.

Pero esta práctica perjudica profundamente al país. Cada turista que se siente mal atendido, que percibe frialdad o intención de explotación, probablemente no regrese. En cambio, un turista bien tratado puede ser un embajador silencioso que recomiende el destino, regrese cada año o invierta a largo plazo.

La economía disfuncional como telón de fondo

Cuba ha apostado por el turismo como su principal fuente de ingresos, pero lo ha hecho en una economía planificada que no genera incentivos ni condiciones reales para la eficiencia. Se construyen hoteles mientras los hospitales se deterioran. Se remodelan lobbies mientras las escuelas se quedan sin materiales. Este desequilibrio genera resentimiento social y también un choque de expectativas.

El trabajador hotelero ve que el turista duerme con aire acondicionado, tiene agua caliente y acceso a productos que él no puede comprar ni en dólares. Eso genera una actitud de “este es mi momento para obtener algo”, en lugar de “este es mi cliente para fidelizar”. En muchos casos, el trabajador actúa no como profesional del turismo, sino como sobreviviente en un sistema injusto.

Comparativa per cápita y potencial perdido

Si se compara la cantidad de hoteles por millón de habitantes:


  • Cuba (11 millones de habitantes, 340 hoteles): 30,9 hoteles por millón.

  • República Dominicana (11 millones, 270 hoteles): 24,5 hoteles por millón.

  • Jamaica (3 millones, 80 hoteles): 26,6 hoteles por millón.

  • España (47 millones, 16.000 hoteles): 340 hoteles por millón.


Cuba tiene más hoteles per cápita que muchos países del Caribe, pero no tiene ni de lejos su rendimiento turístico. El modelo cubano muestra un problema de diseño: se prioriza la cantidad de instalaciones por razones propagandísticas o de inversión extranjera, pero no se trabaja en lo más importante: la experiencia del visitante.

El hotel como extensión de un país sin estrategia

El problema cubano no es solo de hoteles vacíos, sino de una estrategia ausente. Mientras se gasta en construir más instalaciones, no se invierte en capacitación del personal, ni en modernización real de los servicios. Tampoco se promueve una cultura de respeto y profesionalismo, ni se protege la seguridad del visitante.

Los trabajadores hoteleros no reciben suficiente formación en idiomas, resolución de conflictos, atención personalizada ni marketing emocional. En muchos casos, la única motivación es la propina. Pero cuando esa motivación desaparece, desaparece también la calidad del servicio.

Responsabilidad compartida

El Estado cubano ha invertido desproporcionadamente en hoteles mientras la infraestructura urbana, la salud, la educación y el transporte colapsan. Esto crea un ambiente de resentimiento. Pero también hay una responsabilidad del trabajador: la profesionalidad no puede depender solo del contexto, sino también de la ética. Atender bien es también una forma de resistencia, de dignidad, de crear un puente que pueda sacar al país del aislamiento.

Cuba no necesita más hoteles, necesita una nueva cultura de servicio

Construir más habitaciones no resolverá el problema del turismo en Cuba. De nada sirve tener 100 hoteles más si el turista se siente ignorado, manipulado o rechazado. Lo que Cuba necesita es una revolución en el trato, en la cultura del servicio, en el profesionalismo de su gente.

La abundancia de estructuras vacías es el reflejo más triste de un sistema que construye sin sentido, que no escucha al turista ni al trabajador, que ve el lujo como decorado para propaganda, pero no como motor real de progreso.

Repensar la hotelería desde lo humano

Cuba, con sus playas, su historia y su cultura, podría ser uno de los destinos más atractivos del mundo. Tiene los recursos naturales y la localización ideal. Tiene incluso la infraestructura. Lo que le falta es voluntad para cambiar la relación entre su gente y el turismo.

Mientras los hoteles sean estructuras impuestas desde arriba, sin corazón ni compromiso, seguirán siendo monumentos vacíos. Pero si se empieza a trabajar desde la base, con respeto, con formación, con dignidad, quizá la industria turística cubana pueda convertirse en lo que siempre prometió ser: una fuente de riqueza compartida, de conexión con el mundo, de futuro.

Porque la verdadera riqueza de Cuba no está en sus hoteles, sino en la gente que podría, si se lo permitieran, convertirlos en verdaderos hogares para el mundo.

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