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"La muñeca de trapo y el hombre de cartón: el desfile del 20 de mayo en la Cuba rota"

  • Writer: rulfop
    rulfop
  • 38 minutes ago
  • 5 min read

La historia cubana ha estado marcada por fechas sagradas, líneas de ruptura, gritos de libertad sofocados y símbolos que oscilan entre la resistencia y la manipulación. Entre esas fechas destaca el 20 de mayo, día en que en 1902 nació formalmente la República de Cuba. Aunque esta fecha ha sido desfigurada y silenciada por el discurso oficial desde 1959, sigue latente en la memoria colectiva como recordatorio de una república imperfecta, pero república al fin.


La muñeca de trapo
La muñeca de trapo

En 2025, esa misma fecha fue escenario de un desfile inédito y grotesco. Miguel Díaz-Canel, presidente nominal del país, participó en un acto público donde fue retratado cargando una muñeca de trapo. El evento, retransmitido por los canales oficiales como una muestra de ternura o cercanía, provocó en realidad una ola de incredulidad, sarcasmo y rechazo. La imagen de un dirigente cuya autoridad ya es cuestionada por la mayoría del pueblo abrazando un objeto sin vida, sin voluntad y sin expresión, se convirtió en el símbolo perfecto del momento cubano: una nación manipulada, silenciosa, convertida en accesorio político.


La historia negada del 20 de mayo

Para entender la profundidad de este gesto, es indispensable revisar el verdadero origen del 20 de mayo. Esa fue la fecha en que Cuba alcanzó su independencia formal de Estados Unidos, tras la retirada oficial de las tropas norteamericanas y la toma de posesión del primer presidente de la República, Tomás Estrada Palma. Fue el inicio de una Cuba republicana, soberana al menos en papel y con una constitución moderna para su tiempo.

Aunque esa república nació con limitaciones impuestas, como la tristemente célebre Enmienda Platt, también fue una etapa de crecimiento económico, urbanización, apertura al mundo y formación de instituciones. Muchos de los logros estructurales, culturales y educativos que se le atribuyen hoy al castrismo tuvieron sus cimientos en aquella república. Sin embargo, el gobierno revolucionario decidió borrar esta etapa de los libros escolares y del calendario oficial, tildándola de traición, vasallaje y dependencia.

Así, desde 1959, el 20 de mayo fue condenado al olvido, y en su lugar se impusieron nuevas fechas el 1º de enero, el 26 de julio como momentos fundacionales de una Cuba que pretendía nacer ex nihilo, sin pasado, sin contradicciones, sin historia republicana.

¿Qué representa hoy una muñeca de trapo?

La muñeca de trapo y el hombre de cartón. En el desfile de este 20 de mayo, ver a Díaz Canel caminar junto a oficiales, niños uniformados y obreros organizados, con una muñeca de trapo en brazos, fue más que una anécdota. Fue una puesta en escena con múltiples capas de lectura.

Una muñeca de trapo es un objeto frágil, dócil, sin voluntad propia. No tiene voz. No se mueve por sí sola. Puede vestirse, desvestirse, manipularse. Puede ser usada para conmover, entretener o incluso representar lo humano desde la inercia. En manos del poder, una muñeca de trapo puede convertirse en metáfora del pueblo mismo: sin derechos, sin voto real, sin capacidad de influir en su destino.

Esa imagen, difundida como un acto de ternura paternalista, generó el efecto contrario. Para millones de cubanos, representó el vacío de sentido de un poder que ya no sabe a quién emocionar, ni con qué relato legitimarse. La muñeca no enternece: humilla. No representa a la infancia: simboliza la orfandad política de toda una nación.

En una Cuba donde la comida escasea, la inflación galopa, los hospitales colapsan y los jóvenes huyen, el gesto de cargar una muñeca en un desfile se convirtió en un espejo brutal de la desconexión absoluta entre el poder y la realidad.

El hombre de cartón

Díaz-Canel ha intentado consolidarse como heredero legítimo del legado revolucionario. Pero su figura ha sido construida con los materiales de un tiempo ya vencido. No tiene carisma, ni respaldo histórico, ni capacidad para gobernar con firmeza ni con apertura. Es, en muchos sentidos, un “hombre de cartón”: una estructura formalmente erguida, pero hueca por dentro, dependiente de quienes mueven los hilos detrás de escena.

Ese cartón, barnizado con frases hechas y rituales desgastados, ya no convence a casi nadie. Ni siquiera a las élites reformistas del Partido Comunista, que miran con desconfianza su inmovilismo, ni a los radicales, que dudan de su dureza.

El contraste entre un presidente artificialmente sostenido y una muñeca sin alma es demoledor. Ambos comparten una cualidad: no representan ni reflejan al pueblo cubano, sino que lo reemplazan en la escena del poder.

Una nación que ya no desfila

Durante décadas, el desfile fue un instrumento central del ritual político cubano. Multitudes organizadas por centros de trabajo, escuelas, sindicatos, marchaban en filas perfectas, portando pancartas y banderas. Era un teatro de masas donde se fingía consenso y se celebraba una unidad inexistente. El 1º de mayo, el 26 de julio, el 2 de enero, eran fechas donde la gente “acudía” (léase: era obligada a acudir) a validar el modelo.

Hoy, sin embargo, la deserción silenciosa crece. Muchos ya no asisten, o lo hacen sin convicción. Otros se escapan. Las redes sociales exponen la trastienda del aparato: los guiones, los carteles diseñados desde arriba, la falta de entusiasmo.

Cuba ya no desfila. O al menos no como antes. Y el desfile del 20 de mayo no fue excepción. La calle estaba tomada, sí, pero el alma popular estaba ausente. Solo quedaba la escenografía: muñecos, símbolos, consignas, y una autoridad cada vez más ridiculizada.

El contexto económico y político actual

Mientras tanto, el país atraviesa una de sus peores crisis estructurales desde el Periodo Especial. La economía se desmorona, el transporte público es una ruina, los apagones son constantes, los alimentos básicos escasean y la emigración alcanza cifras récord. Más de medio millón de cubanos han abandonado el país solo en los últimos tres años, una cifra histórica que ningún desfile puede ocultar.

En este contexto, el poder insiste en montar espectáculos para “consolidar la moral”. Pero cada vez son más grotescos. La población, harta de promesas vacías, responde con indiferencia, ironía o desprecio. Y si antes el miedo garantizaba obediencia, hoy el cinismo colectivo ha sustituido al temor como mecanismo de supervivencia.

La carga simbólica del 20 de mayo

Recuperar la memoria del 20 de mayo implica desafiar décadas de propaganda. Pero también significa reconectar con una historia republicana que fue imperfecta, pero que apostaba por la ciudadanía, el derecho, la pluralidad. Una historia donde Cuba miraba al mundo no como satélite ideológico, sino como nación con voz propia.

El castrismo logró durante años borrar esa memoria, pero el fracaso del modelo actual está forzando un reencuentro con la verdad histórica. Intelectuales, periodistas independientes, y ciudadanos comunes están redescubriendo los nombres, las ideas y los proyectos que precedieron a 1959. Es un acto de justicia, pero también de esperanza.

¿Qué se avecina?

En una nación donde la simbología es tan poderosa, gestos como el de la muñeca no son inocentes. Reflejan una lucha por el relato. Mientras el pueblo quiere hablar de supervivencia, oportunidades y libertad, el poder insiste en una estética de control, ternura fingida y nostalgia estéril.

Pero la grieta es profunda. El país ya no responde al guion del poder. La separación entre dirigentes y ciudadanos es total. Las protestas, aunque silenciadas, brotan como espuma en la olla de presión. Y las nuevas generaciones, nacidas en la era digital, no se reconocen ni en los héroes del siglo XX ni en las consignas recicladas.

Tal vez pronto veamos un cambio. No necesariamente una revolución visible, sino un colapso interno, una reconfiguración del poder, o incluso una transición a la cubana, silenciosa pero irreversible.


El desfile del 20 de mayo de 2025 pasará a la historia no por su pompa, sino por su patetismo. Fue el retrato perfecto de un sistema que ya no representa a nadie, que usa muñecos en lugar de ideas, y que desfila solo, sin pueblo, sin alma, sin destino.

Pero en esa imagen también hay una chispa de redención. Porque toda mascarada revela, sin quererlo, el vacío que esconde. Y cuando el poder solo puede ofrecer cartón y trapo, el pueblo empieza a buscar madera y voz. No para repetir el pasado, sino para inventar otro futuro.

Uno donde Cuba no sea muñeca, ni cartón. Sino cuerpo, palabra, y libertad.

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