“El diseño como memoria: objetos cotidianos que cuentan la historia de Cuba”.
- rulfop
- 1 day ago
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En el corazón de La Habana, donde los balcones coloniales se descascaran bajo el peso de la humedad y los sueños interrumpidos, hoy se ha abierto un espacio inesperado para la belleza: la Bienal del Diseño de Cuba, una cita que se extenderá hasta el 2 de junio y que no es simplemente un evento, sino un acto de afirmación existencial. En medio de apagones, escasez y una economía que no logra levantarse del todo, el diseño aparece como un gesto de dignidad, como una declaración silenciosa de que el futuro sigue siendo un territorio por conquistar.
El diseño como memoria. Lo que sucede en esta bienal trasciende la estética. No se trata de una exhibición de objetos bonitos ni de un desfile de vanidades. Cada instalación, cada pieza expuesta, cada lámpara hecha con partes recicladas, cada silla diseñada con materiales locales o reusados, tiene una carga simbólica que va más allá de su función. El diseño en Cuba, hoy más que nunca, es una herramienta de resistencia. Una forma de no rendirse. De reconfigurar lo posible.
Los diseñadores cubanos, ya sean formados en las academias o nacidos del ingenio cotidiano, han encontrado en esta bienal un espacio para mostrar que la creatividad no necesita lujos. Que, de hecho, florece con más fuerza en condiciones adversas. Las restricciones, que en otros contextos serían un obstáculo, en la isla se convierten en disparadores de soluciones inesperadas. Un perchero hecho con tubos de conducción eléctrica abandonados. Una estantería construida con retazos de madera de demolición. Muebles que combinan tradición y futuro sin que ninguno de los dos se sacrifique.
La bienal también ha servido como punto de encuentro entre generaciones. Diseñadores veteranos que vivieron la efervescencia de los años 80 se encuentran ahora compartiendo espacio con jóvenes recién salidos de las escuelas de arte, o incluso con autodidactas que aprendieron a modelar digitalmente desde una sala con internet intermitente. Lo que los une es una pasión que no se negocia, un deseo común de proponer un relato distinto sobre Cuba, alejado de la retórica oficial y también del exotismo superficial con que a menudo se la mira desde fuera.
Hay algo profundamente conmovedor en ver a tantos creadores reunidos en espacios emblemáticos como la Fábrica de Arte Cubano, la Plaza de San Francisco o galerías improvisadas en antiguos almacenes del puerto. La ciudad, agrietada y viva, se transforma en galería a cielo abierto. Cada rincón se llena de significados nuevos. En una esquina, una instalación de luces solares habla del deseo de energía limpia en un país azotado por los apagones. En otra, una colección de moda hecha con textiles reciclados denuncia el impacto ambiental del fast fashion mientras reivindica la identidad caribeña.
No faltan propuestas que cuestionan la relación entre el diseño y la emoción. Hay muebles pensados para facilitar el descanso del cuerpo, pero también el de la mente. Ropa diseñada no solo para vestir sino para contener, para abrazar. Objetos que tienen una función social clara: sanar. En un contexto de crisis económica, migración masiva y malestar psicosocial generalizado, el diseño aparece como un refugio simbólico. Como un gesto de consuelo colectivo.
Muchos de los creadores que participan lo hacen desde la distancia. Son cubanos que ahora viven en Berlín, en Ciudad de México, en Miami, en Madrid. Sus obras han llegado por correo, por curadores amigos, por redes solidarias. Su presencia, aunque físicamente ausente, se siente fuerte. Hay un hilo invisible que los conecta con los que se han quedado. Una especie de complicidad entre exilio y permanencia que le da a esta bienal un carácter profundamente emotivo.
Detrás de la organización está Cuba Tours, junto a instituciones culturales que, pese a las limitaciones, han apostado por hacer posible este encuentro. También hay apoyo internacional, de universidades, museos y ONG que creen en la fuerza del intercambio cultural. Pero lo más notable es el espíritu colectivo que emana del evento. No hay competencia sino colaboración. No hay individualismo sino comunidad.
El diseño, en este contexto, se convierte en una forma de lenguaje. Un idioma sin palabras que habla de lo que se pierde y de lo que permanece. Que denuncia sin gritar. Que propone sin imponer. Y que emociona sin necesidad de traducción.
Entre las obras más comentadas se encuentra una serie de vasijas deformadas, inspiradas en los apagones, que cambian de forma según la luz. También una colección de calzado femenino basada en las texturas del Malecón habanero, que fusiona historia y deseo. O un conjunto de utensilios domésticos que reinterpretan las formas del diseño industrial soviético con una sensibilidad contemporánea y humor sutil.
Esta bienal no busca ofrecer respuestas definitivas. Más bien, lanza preguntas. ¿Cómo diseñar el futuro desde un presente herido? ¿Cómo crear belleza cuando el contexto empuja al pragmatismo? ¿Cómo mantenerse fiel a una identidad sin caer en el folklore ni en la repetición vacía?
Cuba, desde hace décadas, ha sido tierra de contradicciones. La bienal abraza esa complejidad. No pretende maquillar la realidad, sino mirarla de frente y responder con formas nuevas, con ideas que se pueden tocar, usar, vivir.
A medida que se acerca junio, las calles habaneras siguen transformándose. Los niños juegan con piezas de cartón que antes fueron parte de una escultura. Los vecinos se detienen a observar una silla extraña, una instalación sonora, una mesa que parece levitar. Por unos días, el diseño ha dejado de ser lujo para convertirse en experiencia compartida.
Quizá, cuando la bienal termine, queden pocas cosas materiales. Pero quedará una sensación: la de que incluso en medio de la escasez, la creatividad sigue siendo una forma de abundancia. Que la belleza, cuando nace del pueblo, tiene una fuerza transformadora que ni los apagones pueden apagar.
La Bienal del Diseño de Cuba, edición 2025, no es un evento más. Es una declaración. Un susurro colectivo que dice: "aún estamos aquí, creando, imaginando, proponiendo". Y eso, en un país como Cuba, ya es mucho decir.
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