El carbón como bandera: la negación climática de Trump y la hipocresía de un mundo en ruinas.
- rulfop
- Apr 8
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En un momento histórico en el que el planeta suplica por aire limpio, océanos vivos y temperaturas estables, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha decidido caminar en sentido contrario a la ciencia, a la ética y al clamor de la juventud mundial. El pasado 8 de abril de 2025, anunció que firmará una serie de órdenes ejecutivas para reactivar la industria del carbón en Estados Unidos, alegando que este combustible fósil es necesario para alimentar el auge de la inteligencia artificial y los centros de datos. Esta decisión no es aislada: forma parte de un largo historial de desdén hacia la realidad ambiental y representa, al mismo tiempo, el símbolo de una hipocresía global más amplia, donde discursos ambientalistas coexisten con políticas destructivas.
El carbón como recurso del pasado
El carbón fue durante siglos el motor de la industrialización, pero también el responsable de millones de toneladas de dióxido de carbono liberadas a la atmósfera. Hoy, cuando los informes del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) insisten en que debemos abandonar los combustibles fósiles si queremos evitar un calentamiento catastrófico, la apuesta de Trump por este recurso es, cuanto menos, temeraria.
Las plantas de carbón son responsables de un tercio de las emisiones globales de carbono. Reactivar su uso implica, necesariamente, un retroceso ambiental de décadas. Pero para Trump, el carbón no es solo energía: es ideología. Es símbolo de una América “fuerte”, “autónoma”, “trabajadora”. Bajo esa retórica, disfraza decisiones que comprometen la salud del planeta entero.
Un presidente contra la ciencia
El carbón como bandera. Desde que asumió la presidencia por primera vez en 2017, Donald Trump ha mostrado un desprecio sistemático por el conocimiento científico. A lo largo de los años, ha emitido declaraciones que no solo contradicen el consenso de miles de investigadores, sino que rozan el absurdo. Entre sus afirmaciones más controvertidas, destacan las siguientes:
“El cambio climático es un invento de los chinos” (2012): una de sus frases más recordadas y reproducidas en redes sociales. Aunque después aseguró que lo decía “en broma”, nunca se retractó oficialmente.
“Hace frío, así que el calentamiento global no existe” (2017): durante una ola de frío invernal, Trump ironizó sobre el calentamiento global, confundiendo fenómenos meteorológicos temporales con procesos climáticos de largo plazo.
“No creo que el nivel del mar esté subiendo. Miami sigue allí” (2019): en un intento de desacreditar las alertas sobre el ascenso de los océanos, usó un ejemplo geográfico totalmente inapropiado.
“Los científicos tienen una agenda política” (2020): cuestionando el papel del IPCC y otras instituciones, acusó a los científicos de querer controlar la economía global a través del ambientalismo.
“Los árboles explotan” (2020): al explicar los incendios forestales en California, aseguró que la causa era la “explosión espontánea” de árboles secos, lo que generó burla incluso entre medios conservadores.
“Quiero agua limpia, pero no restricciones” (2021): eliminó regulaciones que protegían fuentes hídricas de contaminantes industriales, mientras proclamaba su amor por el “agua cristalina”.
“Los coches eléctricos matan empleos” (2023): su ataque a la transición energética incluyó amenazas a los fabricantes de automóviles que apostaban por tecnologías limpias.
“El carbón es limpio. No lo entienden” (2024): en plena campaña para su reelección, aseguró que el carbón moderno era “tan limpio como el viento”.
Estas frases no son simples deslices retóricos. Reflejan una postura coherente dentro de su lógica populista: toda restricción ambiental es vista como un obstáculo para el crecimiento económico. Toda evidencia científica, como parte de una conspiración globalista.
Islas que desaparecen, mares que avanzan
Mientras Trump firma decretos para prolongar la vida útil de plantas de carbón obsoletas, islas enteras están desapareciendo en el Pacífico. Naciones como Kiribati, Tuvalu y las Islas Marshall han perdido terreno costero, escuelas y hogares bajo el avance implacable del océano. El nivel del mar ha subido más de 20 cm desde 1900, pero el ritmo se ha triplicado en las últimas décadas.
Científicos del Programa Climático de Naciones Unidas advirtieron que al menos 48 millones de personas podrían ser desplazadas antes de 2050 si no se detiene el deshielo de los polos. Esta emergencia climática ya es visible: calles inundadas en Jakarta, desaparición de playas en el Caribe, salinización de cultivos en Bangladesh.
Trump ha ignorado cada uno de estos informes. Su visión del mundo se reduce a fronteras nacionales, ignorando que el clima no respeta pasaportes. Estados Unidos, uno de los mayores emisores históricos de carbono, tiene una responsabilidad ineludible en esta crisis.
Las enfermedades invisibles del colapso ambiental
El calentamiento global no solo derrite glaciares y seca ríos: también enferma a las personas. La Organización Mundial de la Salud ha documentado un aumento en enfermedades respiratorias, gastrointestinales, cardiovasculares y vectoriales debido a la contaminación y las alteraciones climáticas.
En regiones con altos niveles de dióxido de azufre —como aquellas donde operan plantas de carbón— la incidencia de asma y cáncer pulmonar es significativamente mayor. Las olas de calor extremo, cada vez más frecuentes, han causado miles de muertes en Europa, India y Estados Unidos.
Además, el desbalance ecológico facilita la propagación de enfermedades como el dengue, el zika, el cólera y la malaria en zonas donde antes no existían. El permafrost en Siberia, al descongelarse, ha liberado bacterias antiguas con potencial pandémico. La destrucción de hábitats facilita el salto de virus de animales a humanos, como ocurrió con el COVID-19.
En este escenario, reabrir plantas de carbón no solo es insostenible: es criminal.
La gran hipocresía mundial
Sería injusto, sin embargo, cargar todo el peso de la destrucción ambiental sobre un solo hombre. El mundo entero vive una hipocresía climática estructural. Mientras líderes políticos se dan la mano en cumbres como la COP, firmando compromisos llenos de buenas intenciones, sus países continúan subsidiando combustibles fósiles, promoviendo megaproyectos extractivos y permitiendo deforestaciones masivas.
Europa exporta residuos a África. China construye centrales térmicas fuera de su territorio. Brasil desmantela organismos ambientales. India depende del carbón para su crecimiento. Las grandes corporaciones financian campañas verdes mientras contaminan océanos con plásticos. Incluso las Naciones Unidas, símbolo del multilateralismo, ha sido criticada por permitir que empresas contaminantes patrocinen sus eventos climáticos.
Trump, en este contexto, no es una anomalía, sino un síntoma extremo de una cultura global basada en la explotación ilimitada. Su arrogancia es escandalosa, pero no muy distinta de la complacencia con la que otras potencias siguen ignorando el colapso ecológico en marcha.
Un camino hacia el abismo
Cada grado que sube la temperatura global acerca al mundo a un punto de no retorno. El derretimiento de los polos, la acidificación de los océanos, la desaparición de especies, el colapso de ecosistemas y el éxodo climático son partes de un mismo fenómeno: el agotamiento del equilibrio planetario.
Trump, con su decisión de resucitar el carbón, está escribiendo una página oscura en la historia de la humanidad. Pero sería ingenuo pensar que la solución vendrá solo con su salida del poder. Lo que se necesita es un cambio civilizatorio. Un replanteamiento radical de la relación entre la humanidad y la naturaleza.
La urgencia del despertar
El planeta no es propiedad de un país, ni de una empresa, ni de un presidente. Es un organismo vivo que nos sostiene a todos. Las decisiones de hoy afectarán a generaciones enteras. El impulso al carbón por parte de Trump es más que una política energética: es un acto de negación, una declaración de guerra contra el futuro.
Es hora de despertar. De exigir coherencia, justicia ambiental y acción inmediata. De dejar de premiar a quienes destruyen y comenzar a construir desde el respeto a la vida.
Porque la humanidad no sobrevivirá en un planeta inhabitable. Y ya no quedan más excusas.
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