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Primero de Mayo en Cuba: ¿Fiesta del trabajador o desfile de la hipocresía revolucionaria?

Cada año, al acercarse el Primero de Mayo, las calles de Cuba comienzan a vestirse con banderas, carteles y consignas que exaltan la supuesta unidad y la fortaleza del pueblo trabajador. Este 2025 no ha sido la excepción. El presidente Miguel Díaz-Canel ha emitido un mensaje destacando “la importancia de la celebración del Día Internacional de los Trabajadores”, y como reconocimiento a la “firmeza del pueblo”, se ha decretado un receso laboral remunerado para el 2 de mayo. A primera vista, podría parecer un gesto de generosidad, un homenaje al esfuerzo colectivo. Pero cuando se mira de cerca la realidad cubana, se impone una pregunta inevitable: ¿Qué estamos celebrando realmente?


Origen del Primero de Mayo: de lucha obrera a retórica vacía
Primero de Mayo en Cuba
Primero de Mayo en Cuba

La historia del Primero de Mayo se remonta a 1886 en Chicago, cuando miles de trabajadores salieron a las calles para exigir la jornada laboral de ocho horas. Lo que comenzó como una huelga se transformó en una revuelta que terminó con muertos y la ejecución de sindicalistas conocidos como los Mártires de Chicago. Desde entonces, el Primero de Mayo se convirtió en un símbolo de lucha obrera y solidaridad internacional.

Cuba adoptó esta conmemoración desde antes de 1959, pero fue con la Revolución que adquirió dimensiones descomunales. Se transformó en una demostración obligatoria de lealtad al régimen, donde más que celebrar conquistas laborales, se escenificaba una obediencia política. A lo largo de los años, el significado original se fue diluyendo para dar paso a un ritual donde la participación no es un derecho sino un deber, y la ausencia puede convertirse en una falta política.


La retórica del sacrificio: el pueblo que “resiste” sin tregua

En el discurso presidencial reciente, se exalta una y otra vez la “firmeza” y la “resistencia del pueblo cubano”. Sin embargo, esta narrativa heroica esconde una verdad dolorosa: se sigue exigiendo sacrificio a cambio de nada. Después de más de seis décadas de promesas incumplidas, ¿de qué sirve resistir? ¿Qué futuro se le ofrece al trabajador cubano más allá de la consigna vacía?

En la práctica, la economía está en ruinas, la inflación galopante devora los pocos ingresos que se perciben, la dualidad monetaria dejó heridas profundas, y los apagones son el pan de cada día. Los hospitales carecen de insumos básicos, las escuelas están en deterioro, el transporte es un caos, y la emigración se ha convertido en un éxodo imparable. Bajo estas condiciones, salir a marchar con una bandera en la mano no es un acto de orgullo, sino una escena forzada.


¿Quién se beneficia realmente de esta celebración?

Las imágenes de miles de personas marchando frente a la Plaza de la Revolución son vendidas al mundo como muestra de unidad y estabilidad. Pero en realidad, son cuidadosamente orquestadas para reforzar el mito de un pueblo en apoyo incondicional al sistema. La maquinaria estatal moviliza obreros, estudiantes, maestros, profesionales, muchas veces bajo coacción velada o directa: si no marchas, no eres confiable.

A nivel interno, el desfile sirve para reafirmar la autoridad del Partido. A nivel externo, busca enviar un mensaje de “normalidad” a potenciales inversores, gobiernos amigos y organismos internacionales. En última instancia, no es el trabajador quien gana, sino el aparato político que necesita legitimarse mediante símbolos colectivos, aunque estos ya no tengan ningún arraigo real.


El costo del espectáculo en una economía colapsada

Organizar una marcha de tal magnitud implica logística, transporte, alimentos, combustible, movilización de recursos humanos, seguridad y difusión mediática. ¿Cuánto cuesta todo esto? El Estado no ofrece cifras, pero en un país donde falta todo, gastar en pancartas, altavoces y transporte para miles de personas debería ser impensable.

Mientras tanto, los cubanos de a pie hacen colas interminables para comprar alimentos básicos, no encuentran medicinas esenciales, y muchos no tienen acceso a agua potable ni electricidad constante. ¿Cómo justificar este derroche de recursos para un espectáculo político cuando el pueblo no tiene ni lo mínimo para vivir con dignidad?


Una revolución sin frutos: promesas rotas y cansancio colectivo

Desde 1959 se nos ha dicho que el pueblo cubano sería el protagonista de una revolución humanista, que garantizaría salud, educación, bienestar, justicia social. Y si bien hubo avances iniciales en algunos sectores, lo cierto es que hoy, en 2025, Cuba se encuentra en una crisis más profunda que nunca. No por culpa del pueblo trabajador, sino por una cúpula que ha confundido poder con eternidad y justicia con obediencia.

Muchos jóvenes ya no creen en nada de lo que les enseñaron. Los trabajadores no se sienten representados. Los sindicatos oficiales no defienden sus derechos, sino que funcionan como instrumentos de control. En este contexto, ¿cuál es el sentido de marchar? ¿Qué clase de dignidad se puede defender con una pancarta cuando no se puede alimentar a un hijo o cuidar a un enfermo?


La ilusión de la unidad

La Plaza de la Revolución se llena de gritos y música. Las cámaras filman solo los rostros alegres, las banderas agitadas, los carteles que dicen “¡Viva Cuba Libre!” o “¡Patria o Muerte!”. Pero en las casas, en los barrios, en los hospitales, en las guaguas rotas, se vive otra realidad. El pueblo no está unido: está dividido entre los que se van, los que sobreviven y los que fingen.

La participación en la marcha no es voluntaria. Es una presión social, institucional y política. A veces, una estrategia de supervivencia. El verdadero termómetro de la Cuba actual está en el descontento que se oye en los susurros, en las bromas del pueblo, en los silencios largos cuando se habla de política. El desfile es una máscara.


¿Tiene sentido continuar?

Más de 60 años después del triunfo revolucionario, seguimos marchando, resistiendo, esperando. Pero ya no es esperanza, es inercia. El pueblo cubano merece más que un desfile anual. Merece salarios dignos, libertad de expresión, elecciones reales, oportunidades para prosperar, justicia sin ideología. Seguir marchando como si nada pasara es negar esa necesidad urgente de cambio.

Quizá haya llegado el momento de transformar este día. De recordar su origen combativo, no como ritual vacío, sino como oportunidad para exigir derechos reales, mejoras concretas, y sobre todo, respeto. No más aplausos fingidos ni discursos reciclados. El Primero de Mayo debería dejar de ser una vitrina del régimen y convertirse en una jornada de reflexión nacional.


Entre la memoria y el presente

El Día Internacional de los Trabajadores nació como grito de justicia. En Cuba, se ha convertido en un eco gastado. Queda la memoria de lo que pudo ser, de las promesas hechas, de los sueños frustrados. Pero también queda la posibilidad de que algún día, esa marcha deje de ser dirigida desde arriba, y vuelva a pertenecer al pueblo que trabaja, sufre y resiste, no por ideología, sino por necesidad y dignidad.

Porque en un país donde marchar se ha vuelto obligatorio, lo verdaderamente revolucionario sería quedarse en casa y preguntarse, en voz alta, sin miedo: ¿Vale la pena seguir marchando por una revolución que ya no camina?


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