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Redes de Solidaridad en Cuba: Una Respuesta Ciudadana al Abandono del Estado.

Updated: Apr 20

Durante décadas, el pueblo cubano ha aprendido a resistir la adversidad con creatividad y dignidad. En una isla marcada por el racionamiento, la censura, el éxodo y las crisis cíclicas, ha florecido una de las formas más puras de resiliencia colectiva: las redes de solidaridad. Estas estructuras, gestadas desde la base y sin amparo oficial, se han convertido en la columna vertebral de una sociedad que lucha por sobrevivir a pesar del abandono sistemático por parte del Estado.


Origen y evolución: semillas sembradas en el dolor
Redes de Solidaridad en Cuba
Redes de Solidaridad en Cuba

La raíz de estas redes no es reciente. Desde los años 90, con la llegada del Período Especial tras la caída del bloque soviético, los cubanos comenzaron a crear formas alternativas de intercambio. Aquella etapa oscura, caracterizada por apagones interminables, hambre y un desplome casi total de la economía nacional, obligó a las familias a apoyarse mutuamente. Surgieron entonces los primeros esbozos de trueques, cadenas de favores y ayudas espontáneas entre vecinos.

Sin embargo, el Estado intentó neutralizar estas formas de autogestión con políticas restrictivas, vigilancia ideológica y represión. Aun así, la necesidad venció al miedo, y estas redes se transformaron en una vía informal pero eficiente para suplir la ausencia institucional. A lo largo de los años, esta cultura solidaria se sofisticó: los mensajes boca a boca pasaron a ser correos clandestinos, luego SMS, y finalmente grupos de WhatsApp, Telegram y Facebook que hoy canalizan miles de intercambios diarios.


El presente: organización ciudadana frente al colapso

En 2025, estas redes se han convertido en el corazón de la resistencia civil en Cuba. Mientras el gobierno insiste en proyectar una imagen de control y soberanía, la realidad del pueblo es otra: más del 89% de los ciudadanos vive en condiciones de extrema pobreza, la canasta básica no cubre ni una semana, y la escasez de medicamentos alcanza niveles dramáticos con más de 460 productos desaparecidos de farmacias y hospitales.

Ante este panorama, los cubanos han tomado el control de sus propias vidas. Un ejemplo conmovedor es el caso de Vicente Borrero, un ciudadano discapacitado que, gracias a una cadena solidaria iniciada por el periodista Guillermo Rodríguez, recibirá una vivienda adaptada. La iniciativa unió a exiliados, vecinos y activistas dentro de la isla en una campaña que no solo logró reunir materiales y fondos, sino que también visibilizó la fuerza de la cooperación social.

Estas redes no se limitan a lo material. Muchas ofrecen también apoyo emocional, asistencia jurídica a presos políticos, tutorías escolares, e incluso orientación médica a través de médicos exiliados que, vía Internet, brindan diagnósticos y consejos a familias que no pueden pagar una consulta privada.

A pesar del potencial transformador de estas acciones, el gobierno no ha mostrado intención de colaborar. Al contrario, las hostiga. Las personas involucradas en estas cadenas enfrentan amenazas, interrogatorios y estigmatización por “enemigos de la patria”. Pero la maquinaria represiva no ha logrado detener la expansión de esta economía moral paralela, que sigue creciendo desde la autenticidad de la empatía.


Repercusiones: un sistema alternativo que incomoda al poder

Las redes de solidaridad no solo alivian el dolor de muchos, sino que también desenmascaran el fracaso de un modelo que ha perdido toda legitimidad práctica. Son, en sí mismas, una denuncia. Cada vez que un ciudadano depende de otro para conseguir una insulina, una muleta o una sábana, queda expuesta la debilidad de un Estado que se autodenomina “revolucionario” pero no logra garantizar lo esencial.

Estas iniciativas también tienen efectos colaterales profundos. Están redibujando el mapa del poder simbólico en la isla: ya no es el Estado quien determina las prioridades, sino la comunidad. El liderazgo carismático de activistas independientes está desplazando al discurso vertical del Partido Comunista. Las historias de ayuda desinteresada circulan en redes sociales como símbolo de otro país posible, más humano y descentralizado.

Además, han generado nuevas formas de confianza. En un país donde la sospecha y la delación fueron institucionalizadas por décadas, estos actos restauran un tejido moral que parecía roto. Padres que nunca habían hablado entre sí ahora comparten tareas de cocina para alimentar a los niños del barrio; jóvenes que crecieron bajo la apatía se convierten en gestores de redes logísticas sin recursos, solo con voluntad.


El futuro: de la subsistencia a la transformación

Estas cadenas solidarias no deben verse solo como un parche ante el derrumbe institucional, sino como un germen de futuro. En ellas está el ADN de un nuevo modelo de convivencia, más horizontal, plural y sensible a las necesidades reales de la gente. Si bien nacieron como reacción a una emergencia, pueden evolucionar hacia plataformas más estructuradas de cooperación civil.

La pregunta que se abre es: ¿cómo institucionalizar sin burocratizar? ¿Cómo formalizar sin cooptar? Parte de la respuesta estará en la capacidad del pueblo cubano para blindar estos espacios contra el oportunismo político y económico. Ya existen pequeños ensayos de cooperativas sociales, bancos de alimentos comunitarios, clínicas barriales autogestionadas por profesionales jubilados o exiliados que asesoran desde el exterior.

En el exilio, los cubanos también han aprendido a tejer redes, que hoy se integran con las de la isla en una suerte de sistema binacional de socorro civil. Desde Miami, Madrid o Santiago de Chile, miles de voluntarios canalizan recursos, visibilizan casos urgentes y presionan a organizaciones internacionales para que pongan la mirada sobre una isla silenciada por el ruido propagandístico.

Lo más poderoso de estas redes es que no dependen del permiso de ningún partido ni del favor de ningún político. Son soberanas en su esencia. Representan una Cuba que ya está naciendo, aunque aún no gobierne: una Cuba horizontal, conectada, profundamente humana.


La dignidad compartida como estrategia de resistencia

Las redes de solidaridad en Cuba son mucho más que cadenas de favores. Son una estrategia de dignidad. En una nación donde el Estado ha fallado en proteger, nutrir y curar, el pueblo ha decidido no esperar más. Se ayuda a sí mismo, se salva entre sí. Sin discursos altisonantes ni promesas vacías, está construyendo desde el suelo una manera más justa de estar vivos.

Tal vez, cuando llegue el momento de refundar la República, no se empiece con una nueva constitución, sino con una libreta de direcciones y teléfonos: los de quienes estuvieron ahí cuando todo faltaba. Porque en esas manos extendidas, en esas donaciones anónimas y en ese café compartido, vive una revolución silenciosa que ningún poder podrá detener.


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